En el marco del Día Internacional del Migrante, conmemorado ayer 18 de diciembre, cabe recordar que 304 millones de personas viven fuera de su país de origen, lo que equivale al 4% de la población mundial. 122 millones de personas han sido desplazadas por la fuerza, mientras que 42.7 millones cuentan con estatus de refugiadas.
En este contexto, hay una realidad especialmente inquietante: entre el 12 y el 14% de las personas migrantes en el mundo —alrededor de 40 millones— son niñas y niños. En 2024, casi el 90% de la niñez refugiada huyó de solo diez países, mientras 23.3 millones fueron desplazados dentro de sus propios territorios, más de la mitad por desastres. Muchos menores, además, migran solos, quedando expuestos a redes de trata, abuso y explotación. Todo ello representa una urgencia inaplazable para los Estados y la comunidad internacional.
Las causas que empujan a las personas a migrar son múltiples y se entrelazan. No se trata solo de la búsqueda de mejores oportunidades: la movilidad está marcada por la inseguridad alimentaria, los conflictos armados, la pobreza extrema y, cada vez con mayor peso, la violencia, el reclutamiento forzoso y el riesgo de perder la vida. A lo anterior se suman los efectos del cambio climático como desastres naturales cada vez más frecuentes que destruyen medios de subsistencia y se perfilan como la principal causa de empuje en los próximos años.
Los desafíos para las personas migrantes no terminan al cruzar una frontera: se prolongan durante su estancia y el proceso de adaptación. Uno de los más persistentes es el clima de estigmatización que las rodea. Narrativas de odio, racismo y xenofobia -impulsadas desde liderazgos políticos en distintos países- alimentan dinámicas que normalizan la exclusión y se traducen en un aumento de los crímenes de odio.
México es país de origen, tránsito, retorno y, cada vez más, de destino, lo que plantea retos en materia de regularización, empleo, salud, educación y vivienda, así como en la convivencia comunitaria. Asumir esta realidad exige políticas de integración de largo plazo que reconozcan derechos y eviten que la estigmatización y los discursos de odio ganen terreno.
El caso de Estados Unidos resulta especialmente preocupante. Pese a ser una nación históricamente formada por migrantes y atravesada por millones de familias binacionales y mixtas, desde el gobierno se promueven discursos que criminalizan y profundizan la polarización social. Esta misma semana, en un mensaje a la nación desde la Casa Blanca, el presidente Trump acusó a la administración Biden de haber “inundado” ciudades con “personas ilegales”, responsabilizándolas de destruir los ahorros de las familias trabajadoras, de promover el adoctrinamiento infantil con odio hacia Estados Unidos y de permitir la liberación de agresores violentos.
En EU, donde las personas migrantes representan el 16% de la población, la política migratoria se ha endurecido notablemente: más de 65 mil personas siguen detenidas, cientos de miles han sido expulsadas y las nuevas restricciones han reducido de forma significativa los cruces irregulares.
En Europa, aunque las llegadas irregulares disminuyeron alrededor de 25% en el último año, la migración sigue siendo objeto de explotación política. En varios países, entre 46% y 53% de la población apoya recortes drásticos a la migración, pese a que la mayoría de las personas migrantes ingresa por vías regulares o solicita protección internacional. Esta distancia entre los datos y el discurso revela que el problema no es solo de magnitud, sino de narrativa: se insiste en criminalizar y estigmatizar la movilidad humana sin sustento, con efectos directos sobre los derechos y la dignidad de las personas.
Frente a estos discursos de exclusión, conviene volver a lo esencial: detrás de cada trayecto migratorio hay historias de trabajo, cuidado y esperanza. Reconocer la dignidad de las personas migrantes, enfrentar la xenofobia y construir relatos basados en hechos y derechos es una responsabilidad colectiva. En un mundo marcado por la movilidad, defender la vida y la convivencia también implica defender nuestro propio futuro.
@EuniceRendon

