El día de ayer pasé más de dos horas en la carretera México-Cuernavaca totalmente detenida, en uno de los múltiples bloqueos que los transportistas hicieron en diferentes tramos carreteros del país. Su reclamo: la inseguridad, las extorsiones, la violencia y los abusos que viven diariamente en el ejercicio de su labor.

Al mismo tiempo, en la mañanera el presidente López Obrador se refería a ellos diciendo que el paro convocado por la Alianza Mexicana de Organización de Transportistas (AMOTAC) tiene un propósito “politiquero” y que buscaban “hacer quedar mal al gobierno”. Aceptando sin conceder, si bien muchas veces como ciudadanos desconocemos los intereses y poderes fácticos detrás de ciertas movilizaciones, lo que es innegable es la inseguridad y pérdidas que vivimos los ciudadanos en nuestras carreteras, especialmente los transportistas. De acuerdo con AMOTAC, las pérdidas anuales por robo del sector de transporte ascienden a 7 mil millones, además de que refieren ser víctimas de extorsión por parte de la policía y la Guardia Nacional.  El robo en contra de transportistas ha aumentado en varios estados del país. Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad, en 2023 se reportaron 9 mil 181 robos a transportistas a nivel nacional, de los cuales el 85% fueron con violencia.

En ese contexto, mientras esperaba que reabrieran la carretera, fui testigo de cómo un grupo de policías de la Ciudad de México, de manera injustificada y desproporcionada golpearon y lesionaron a uno de los transportistas. El abuso policial y la falta de capacidad de diálogo y mediación son lamentables y episodios como este lastiman la imagen de una corporación que dentro del panorama es bien percibida y que en los últimos años se ha esforzado por fortalecer las capacidades de sus miembros.

Pero dos hechos son las que más impotencia y desconcierto me generaron el día de ayer. El primero, ver al grupo de policías que golpearon al conductor, repartirse toallitas húmedas para limpiarse la sangre de las manos mientras se reían entre ellos. Como si hubiera habido un gozo en el acto. El segundo, percatarme de que otros ciudadanos, que al igual que yo se encontraban detenidos por el contingente de transportistas, celebraran la violencia policial refiriéndose de manera despectiva y clasista al chofer, por las molestias y retraso ocasionado. Incluso uno de ellos me dijo: “No, no lo ayudes, pobre naco, está bien lo que le hicieron, nos está afectando a todos”.

La violencia trasciende al crimen y al abuso policial, y se manifiesta también en la manera que vemos y nos relacionamos con los otros. Si anhelamos un país pacífico y sin violencia, necesitamos ser más empáticos con los demás, actuando de acuerdo con ese deseo de paz.

El episodio de ayer despertó en mí muchas preguntas que me parece que hablan de la violencia de la que somos víctimas en México:

¿Por qué esos conductores que aplaudieron las agresiones se sienten más lastimados por las molestias de un bloqueo que por la inseguridad de la cual también son víctimas y a la cual están expuestos?

¿Qué nos pasa como sociedad que podemos alegrarnos cuando violentan a alguien por el simple hecho de causarnos una molestia, cuando ni siquiera nos interesa conocer las motivaciones que llevan a una persona o a un sector a manifestarse?

¿Qué satisfacción puede encontrar un ser humano con uniforme de policía al propiciarle una golpiza a un chofer que, al igual que él, está ahí siguiendo instrucciones y cumpliendo con su labor?

No quiero dejar de lado la violencia clasista que también se hizo latente en el episodio del día de ayer. El respaldo a las agresiones en contra del chofer, aunado al lenguaje denostador con el que se refirieron a él, puso en evidencia la incapacidad de algunas personas para identificarse con el sufrimiento ajeno, por tratarse de un sector y una lucha que no son los suyos. El primer paso para ser empáticos es modificar esa autopercepción que nos hace sentirnos tan diferentes a los demás, y entender que son más las cosas que nos unen que aquellas que nos separan. En el caso concreto, una violencia generalizada que cada vez se ha acercado más a nuestra casa, a través de nuestros conocidos, amigos y familiares, sino es que en carne propia.

@EuniceRendon

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