1.Hace casi 42 años conocí a Marcelo Ebrard. Yo tenía 31, él apenas 22. Nos encontramos por vez primera en San Luis Potosí, en mi casa, donde lo recibimos Marisa y yo que recién habíamos regresado de nuestros posgrados en Francia. Marcelo, ya en la campaña presidencial de Miguel de la Madrid, había ido a San Luis a cumplir con ciertas tareas políticas. En nuestra casa, morada tranquila construida alrededor de un pirul, sólo disponíamos para las visitas de un cuarto que justamente era para niños. Todavía recuerdo haber visto al precandidato presidencial de ahora, aguantándome la risa, dormido profundamente, con las piernas colgándole, en una minúscula cama amarillo pollo que en su cabecera portaba al Ratón Miguelito. Como para sus Tick-Tock de ahora. Marcelo y el Ratón Loco (como el que hoy activa mañana, tarde y noche, el bufón de bufones Mario Delgado.)

3. Después de tantas batallas como las que consigna en su libro memorioso, quise acompañar a mi amigo en los días difíciles de su exilio y, casi al final del verano de 2017, cuando las fanfarrias del López Obrador ya dejaban sentir imparables en el país, lo alcancé en Los Ángeles para pasar toda una tarde de confidencias, reflexiones y, de no creerse, de ninguna amargura ni despecho de su parte, por aquellos que creyéndolo “muerto” le traicionarían sin más, como el Ratón Loco y otros que se afianzaron en una poderosa y lacerante argolla llamada Casa Blanca.

4. En nuestro encuentro de Los Ángeles, le argumenté que a esas alturas de la campaña de Andrés Manuel ya debería anunciar cuándo se proponía regresar a México. Sugerí noviembre como una fecha cómoda y tentativa. ¿Cómoda para quién, me reviró? Si hago eso lo único que va a pasar es que le voy a alborotar a Andrés a Mancera, y no quiero hacer eso. Ya ves como es Mancera de pequeñito.

5. Un mes después, según lo acordamos en LA, lo alcancé en Madrid donde debería participar en la Casa de América en un panel con Celso Amorim y Miguel Ángel Moratinos, ex cancilleres de Brasil y España, sobre la nueva relación de Iberoamérica frente a la nueva administración de Donald Trump. Al día siguiente, y todavía muy reacio para hacerlo, Marcelo declaró a Alejandro Gutiérrez, de la revista Proceso, que regresaría al país a finales del año, lo cual ocurrió.

6. Se reinstaló pues con el . y la confianza de Andrés, como él no cesa en llamarle. Para variar, ayudó en la campaña y, desde entonces, sin importar los méritos o la cercanía con el prócer, padeció y padece a esa infame turba de lacayos bufones del presidente.

7. Pero ahora ya estamos en la recia. El país se tensa y se abandona. Sufre.

8. Puestos frente a frente, Marcelo y Claudia representan dos escalas del lastre que le ha venido ocurriendo a México los últimos treinta años. Él, la grandeza, la lealtad y la dignidad sobreviviente. Ella, la mediocridad o la decadencia grosera e inmerecida.

9. Habíamos visto de todo. Pero nunca que una candidatura presidencial estuviera abiertamente respaldada por el acuerdo narco y el protagonismo castrense.

10. Ave María Purísima, pues ¿qué hicimos? ¿Qué te pasó Andrés, como lealmente te llamaba Marcelo?

11. A esperar el desastre.

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