1.Mientras una nutrida y en cierto modo ignorante y bobalicona opinión pública espera que el oráculo burlón de Macuspana pronuncie el nombre del elegido, unos se truenan los dedos, otros y otras se ocupan obscenamente ya de sus acostumbrados cambios de chaqueta y a pocos, como si la malhadada barredora mañanera les hubiera chupado la tentación por la memoria, les da por indagar en el pasado. 2. Que se sepa, no hay un registro amplio o confiable del momento hiper orgásmico del tan ansiado destape. Algunas anécdotas por aquí y por allá, que si el “perdimos pollo” del viejillo mañoso de Ruiz Cortines, que las fintas que frustraron a Moya, etc., etc. 3. Por esto me atrevo a presentarles la crónica de la experiencia directa y protagónica que viví el 21 de noviembre de 1993, cuando siendo su amigo, asesor y “conciencia” (como un día él mismo me lo dijo) Manuel Camacho Solís me confió cómo el día anterior su amigo y verdugo Carlos Salinas de Gortari le comunicó escuetamente que él no habría de ser el candidato. 2.”El sábado 20 de noviembre de 1993 estaba cómodamente en casa viendo con mis hijos un programa de televisión. El destape priísta estaba a la puerta y yo, como supongo que muchos otros, pretendía mantener los nervios a raya a partir de una normalidad un poco forzada y quebradiza. Trataba de evitar a toda costa que las sombras del tan arcaico y esperado evento invadieran el sosiego familiar. De pronto, casi a la diez de la noche, sonó el teléfono. Era Manuel Camacho. Me daba las gracias por unas notas que le había enviado. Después de comentarme dos o tres asuntos secundarios, inesperadamente, me dijo: -Ojalá que nos podamos ver pronto. Me pareció bastante extraño. Camacho se oía raro,un poco apagado; bastante lejano: su voz tenía un inquietante tono melancólico que nunca le había percibido. Después de una jornada como la del 20 de noviembre, cuyo ritual se iniciaba con el izamiento de la bandera en el Zócalo, se prolongaba en el acto del monumento de la Revolución, para rematar en el desfile deportivo. Después de atender los asuntos más urgentes para la ciudad, era natural que el regente estuviese un poco fatigado. Pero ¿a qué venía el "ojalá que nos podamos ver pronto", si, precisamente, un poco después del desfile, Marcelo Ebrard (secretario de Gobierno del DDF) y yo nos habíamos reunido con él, durante casi una hora, en su privado de la oficina del Zócalo, para comentar algunas situaciones políticas? Antes de colgar, Camacho me pidió que fuera a su casa de Cuajimalpa al día siguiente en la mañana. Algo muy importante estaba por ocurrir o ya estaba ocurriendo .Llegué puntual, diez treinta, abrumado por el gran presentimiento. La decisión de Salinas se sentía venir, comenzaría a deslizarse: el TLC ya estaba aprobado, el presidente estaba cerrando el sexenio con un insólito nivel de aceptación, el PRI era un hervidero, el oportunismo de la burocracia y de muchos se agitaba en torno a la preparación para el empujón, el saludo nervioso o el despliegue de mantas”. Continuará II Parte. (E.M., Por qué perdió Camacho / Revelaciones del Asesor de Manuel Camacho Solís, Ed. Océano, 1995.)

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