El hecho de que la competencia por la presidencia de Francia se diera entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen, es un ejemplo más de que la disputa política ya no es entre izquierdas y derechas, sino entre los que apoyan un nuevo nacionalismo y los que creen en las ventajas de la cooperación internacional.

Por un lado estamos quienes creemos en el comercio y la colaboración internacional, porque han traído grandes beneficios. Por ejemplo, en México se crearon muchísimos empleos cuando progresivamente pasamos de vender 50 mil millones de dólares (mdd) en 1993 a vender 500 mil mdd en mercancías al resto del mundo durante 2021.

Además, pasamos de recibir 5 mil mdd en 1993 por inversión extranjera directa a 35 mil mdd en 2019. Las exportaciones y la inversión extranjera aumentaron como consecuencia directa de que México se abrió al mundo y firmó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá que entró en vigor en 1994.

Los beneficios se han visto sobre todo en las entidades federativas del centro y norte de México, que son los estados que se han logrado integrar más al mundo.

La apertura comercial también permite a los consumidores adquirir bienes de calidad a precios más bajos, por lo que en el fondo está aumentando el poder adquisitivo de los ciudadanos, algo especialmente importante en este momento que enfrentamos un fuerte incremento generalizado de los precios, lo que llamamos inflación.

España no habría experimentado el avance económico que ha experimentado en las últimas cuatro décadas de no haberse integrado a la Unión Europea y haber contado con los apoyos de ese organismo intergubernamental.

Una economía como la mexicana, por más que seamos un país relevante, representa apenas el 1.3% del PIB mundial, por lo que si nos limitamos a atender únicamente nuestro mercado doméstico difícilmente generaríamos el número de empleos, de bienes y servicios que requiere una población de 126 millones de mexicanos.

Una economía pequeña o intermedia tiene mucho más que ganar sí tiene como meta, no sólo atender su mercado doméstico, sino que trabaja por atender al mercado internacional porque solamente atendiendo a un mercado mucho más grande es que puedes generar los empleos que necesita tu economía.

En cambio, los nacionalistas creen que limitándose a atender su propio mercado, con una visión de isla autárquica, creen equivocadamente que una economía así le da para satisfacer el nivel de vida que la gente necesita. Por ello van en contra de los tratados internacionales, la inversión extranjera y la integración económica. Enuncian frases como “Francia para los franceses” o “Volvamos a hacer a América (EE. UU.) grandiosa otra vez”.

No obstante, hay que reconocer que los nacionalistas han logrado capturar el sentimiento de enojo de una población que no solamente se siente económicamente desatendida y marginada del crecimiento económico, sino que realmente le preocupa que se vaya modificando su estilo de vida y sus formas de ser por la enorme llegada de inmigrantes, gente que no comparte su cultura ni su forma de ver el mundo. Invasores, desde la visión de muchos, que llegaron a sus ciudades a transformar su entorno. Esto los ha enojado.

Los nacionalistas precisamente encuentran apoyo en esos grupos que se sienten marginados o traicionados por la globalización y que buscan las respuestas que nadie les ha podido dar, ni siquiera los partidos políticos tradicionales de izquierda, y por ello dejaron de apoyarlos para seguir a estos nuevos nacionalistas.

Enaltecen un pasado supuestamente glorioso y superior a la actualidad, lleno de nostalgia, lo que ha conducido a muchos de ellos a obsesionarse por los recursos naturales cuando ya vivimos en un mundo donde el talento humano tiene mucho más valor que los minerales que se pueden extraer del suelo. De hecho, los países más ricos en recursos naturales suelen ser subdesarrollados, mientras que los países más ricos suelen tener pocos recursos naturales.

Muchos de ellos creen en la estatización de varios sectores económicos por el bien de la nación, ya que creen que las empresas privadas, especialmente las extranjeras, siempre atentan contra el bienestar de la gente y defienden que el gobierno es más eficiente para velar por el bien de sus ciudadanos, situación que es bastante cuestionable cuando uno revisa el muy mediocre desempeño de muchas de las empresas administradas por el gobierno.

Así como no creen en la libertad económica, tampoco son muy amigos de las libertades políticas, pues todo aquel que no está completamente de su lado es forzosamente un enemigo o un traidor, al que se le puede coartar la libertad de expresión o incluso amenazar.

Crean grupos a los que culpan de todo y sus decisiones y símbolos políticos se basan en la división y el ataque a los enemigos. A veces son inmigrantes, a veces son los empresarios, o bien alguna potencia económica a la que culpan de todos los males.

Estas características son compartidas tanto por nacionalistas de extrema derecha como de extrema izquierda en países como Francia, Argentina, Reino Unido, México, Estados Unidos, Venezuela, Holanda, Turquía, Brasil y muchos otros países. Por ello muchos decimos que la lucha ya no está entre las izquierdas y las derechas.

En el caso de Francia, Marine Le Pen obtiene cada vez más votos y es preocupante el avance de corrientes radicales porque proponen soluciones muy atractivas a los problemas de la gente, pero también falsas y peligrosas.

Por ejemplo, argumentan que pueden resolver rápidamente el problema de la migración, pero proponen muros que realmente no van a poder detener la inmigración porque ésta sólo se resuelve cuando se crean oportunidades de empleo y vida digna en los países de origen de los inmigrantes.

También argumentan que pueden proteger los empleos de la gente fácilmente al cerrar la economía al mundo, cuando esto ha probado fracasar una y otra vez. La única forma de proteger los empleos de la gente es con una educación enfocada en lo que realmente se valora y se necesita alrededor del mundo, además de fomentar los sectores económicos de mayor potencial de crecimiento.

Lejos de solucionar los problemas, los vuelven más grandes porque no entienden que son problemas globales que requieren de cooperación internacional para ser resueltos.

Lo que menos necesitamos es este modelo de estarnos peleando entre nosotros, creando un ambiente de encono entre miembros de una misma sociedad y ahuyentando a la inversión, lo que provoca que no se generen más empleos y mejor pagados.

Por ello creo que Macron acertó al hacer un discurso incluyente y conciliador tras ganar las elecciones, sin embargo, los discursos no son suficientes. Tenemos que generar un mundo próspero y al mismo tiempo incluyente, donde todos nos emparejemos pero hacia arriba, no hacia abajo; y donde, en el caso de México, empecemos por acabar con el hambre y la pobreza.

En la política no basta tener buenas intenciones lo que hay que saber es dar buenos resultados y demostrar con hechos que la gente vive mejor.

Cómo segunda reflexión de la elección presidencial francesa, me gustaría remarcar que en ese país europeo existe un sistema electoral donde si ninguno de los candidatos a la presidencia alcanza la mayoría absoluta de los votos emitidos por los ciudadanos, es decir el 50% + 1 de los sufragios, los dos candidatos más votados vuelven a competir en una segunda vuelta electoral.

El 10 de abril se celebró la primera vuelta electoral y Emmanuel Macron obtuvo el 28% de los votos mientras que Marine Le Pen obtuvo el 23 por ciento. Es cuestionable argumentar que alguien puede tener legitimidad suficiente para gobernar con sólo el 28% de los votos.

No obstante, gracias a la segunda vuelta electoral Macron alcanzó el 59% de los votos, lo que le da más margen de maniobra. Afortunadamente supo reconocer que 41% del electorado no lo apoyó.

Considero que es muy importante que en México analicemos la conveniencia de este sistema de segunda vuelta electoral, ya que en México puede darse el caso de que un sólo partido con el 33% de los votos se quede con todo el poder. Algo así no funciona porque una democracia donde uno gana todo y el otro pierde todo no es una democracia viable.

También debemos reconocer que gracias a la construcción de alianzas como está sucediendo actualmente en México, ya estamos cambiando en ese sentido nuestro sistema político. Ojalá que analicemos más el tema y tomemos las decisiones necesarias para construir un sistema democrático más fuerte, pero que sobre todo le dé mucho mejores resultados a la gente y especialmente a la gente que menos tiene.

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