Hace unos días entrevisté a María Fernanda Espinosa , la primera latinoamericana en presidir la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas ( ONU ), y coincidimos en que los grandes retos que enfrentamos los países tienen soluciones a nivel global.

María Fernanda reconoce que vivimos en un mundo de paradojas, donde producimos más alimento del que necesitamos, pero más de 100 millones de personas mueren de hambre.

Yo agregaría que produjimos en tiempo récord múltiples vacunas contra el COVID-19, pero mientras las vacunas en los países desarrollados sobran por millones con personas que no quieren vacunarse, en los países menos desarrollados escasean, y es justo en estos países subdesarrollados donde se generaron variantes como Delta y Ómicron que continúan afectando gravemente a todas las economías, hasta las de los países desarrollados.

Tenemos un progreso sin precedentes en la historia de la humanidad, pero solamente el 1% de los humanos concentran más de la mitad de la riqueza mundial.

Ambos coincidimos en que la violencia, la crisis climática, la migración, el hambre, la desigualdad, la crisis política y la de salud son retos que no pueden ser resueltos por un país, de forma aislada. Son problemas globales que, además, evidencian un reto que si no resolvemos antes o en paralelo, no podremos solventar todas estas crisis juntas: el poder mejorar la forma en la que nos gobernamos.

Tenemos la tecnología y el conocimiento para resolver nuestros mayores problemas. Por ejemplo, la energía solar y eólica son más baratas que los combustibles fósiles y prácticamente no contaminan, pero hemos avanzado muy poco en su instalación, otra paradoja más.

En el fondo, el problema es que no tenemos mecanismos de coordinación inteligentes para negociar el nuevo contrato social que necesitamos.

La ONU fue creada hace 76 años, nuestro modelo de partidos políticos es de hace muchas décadas. Nuestras instituciones eran fuertes frente a los problemas de antes, pero se ha evidenciado que muchas se han quedado cortas a la luz de los problemas y de los retos del mundo de hoy, lo que genera mucha molestia, encono contra la democracia y nos deja en riesgo de no avanzar.

Hemos innovado exponencialmente en la forma de comunicarnos, de transportarnos, de producir alimentos y de cuidar nuestra salud, ahora hasta con ingeniería genética. No obstante, ese poder de innovación se ha quedado tremendamente corto en cuanto a la forma de gobernarnos y por ello no sorprende que la gran mayoría de los jóvenes latinoamericanos no confíen en los partidos políticos.

María Fernanda y yo coincidimos en que la innovación política tiene que pasar por un modelo más inclusivo, donde los ciudadanos tengan más control y participación en la toma de decisiones; que no puede ser limitada a un grupo de líderes que pretendan resolverlo todo, sino impulsada por millones de líderes locales y la participación de la mayor parte de la humanidad.

No obstante, yo agregaría que esto también tiene que pasar por un mucho mejor manejo de la información y por una educación que nos iguale hacia arriba. Me explico, en un libro que leí recientemente llamado ‘Noticias Constructivas’ exponían una encuesta que se hizo a los franceses preguntándoles qué proporción de la población de su país creían que eran musulmanes. La respuesta promedio fue 30%, pero la realidad está muy lejos, pues es menos del 9 por ciento.

Todos caemos en desinformación constantemente y lo verdaderamente grave es que nos negamos a reconocerlo, aferrándonos a nuestras propias creencias. En un mundo tan desinformado, es muy difícil ponernos de acuerdo y un consenso mayoritario, por más que esté respaldado por un 80% de las personas, podría ser equivocado.

Por ello, tres de las áreas en las que más urge la innovación son: en el manejo de la información, en la educación (que nos brinde elementos para que todos seamos más capaces) y en la forma en cómo nos gobernamos o nos ponemos de acuerdo para tomar las grandes decisiones que debemos ejecutar con sentido de urgencia.

En épocas estables o normales es difícil reunir el consenso necesario para hacer grandes cambios. Por el contrario, es en este momento de múltiples crisis, incluyendo la desinformación, la polarización y la demagogia política, cuando estamos en la coyuntura correcta para realizar la innovación política que tanto hemos retrasado.

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