El momento adecuado de reabrir las ciudades no se trata de una fecha sino de tener las condiciones apropiadas que podemos resumir en tres: un sistema de salud que no esté saturado y que tenga capacidad de atención hospitalaria; capacidad para detectar y rastrear los nuevos contagios; y que los espacios públicos y las empresas estén listos para que se sigan los protocolos de seguridad.

El confinamiento, la sana distancia y las medidas sociales que hemos instaurado para combatir el coronavirus, tienen como objetivo que la demanda de atención médica por casos graves no rebase la capacidad hospitalaria. Cuando ésta se ve rebasada por el número de enfermos graves, el excedente de pacientes no puede recibir la atención que necesitan y muchos de ellos, en consecuencia, son condenados a morir.

El límite de la capacidad hospitalaria depende de tener suficientes camas, médicos, respiradores y demás herramientas e insumos fundamentales para atender a pacientes graves por Covid-19.

Antes de reabrir una ciudad, se debe tener suficiente espacio en hospitales para atender un potencial nuevo brote. Por ejemplo, en muchas zonas de México los hospitales cada vez están más llenos, por lo que no están se pueden considerar como listas para reabrirse hasta cambiar la tendencia y recuperar buena parte de su capacidad hospitalaria.

La segunda condición para reabrir las ciudades es poder rastrear adecuadamente los nuevos casos. Esto implica hacer pruebas masivas para detectar contagios por Covid-19 y que, cuando se encuentre un caso positivo, se pueda rastrear a la mayor cantidad de personas posibles que tuvieron contacto con el contagiado, durante los últimos días, para hacerles pruebas y mantenerlos en cuarentena hasta estar seguros que no son una fuente de nuevos contagios.

Muchas personas descartan esta estrategia en países en vías de desarrollo por considerar costosa su implementación, no obstante, la experiencia internacional está mostrando que es una estrategia mucho más barata que realizar un confinamiento prolongado, por los enormes costos que aislarnos tiene para las economías. En pocas palabras, es mucho más barato invertir en un sistema intensivo de pruebas y trazabilidad de contagios, que tener que estar abriendo y cerrando la economía. Hay países que han evitado hacer un confinamiento generalizado por haber construido un sistema muy eficiente de pruebas y rastreo. Profundizaré al respecto en mi próximo artículo.

Esta estrategia permite a los países minimizar la probabilidad de que se generen contagios masivos, pues una persona que es portadora asintomática del virus puede terminar contagiando a un número importante de ciudadanos.

Vale la pena recordar al surcoreano de la iglesia cristiana Shincheonji, que extendió el virus entre más de 5 mil personas; o al camarero austriaco de Ischgl, que pudo haber propiciado más de 4 mil casos de contagio en Europa; y también al surcoreano asintomático que, en pleno mayo, expuso a 7 mil personas y está desencadenando un nuevo brote.

Por eso es tan importante detectar cualquier nuevo posible caso de Covid-19 lo más rápido posible, para así frenar a tiempo un contagio masivo. Un nuevo contagio masivo puede obligar a las ciudades a volverse a encerrar, lo que supone un alto costo económico para las ya desgastadas economías.

Combatir el coronavirus solamente con confinamientos generalizados es usar la fuerza bruta, mientras que contar con un eficiente sistema de pruebas y rastreo de contagios es usar la inteligencia para librar la batalla con tiros de precisión.

Finalmente, la reapertura debe darse hasta que los espacios públicos y las empresas estén preparados para que se respeten los protocolos de sana distancia. Por ejemplo, el transporte público masivo tiene un gran potencial para detonar contagios colectivos, por ello muchas ciudades están realizando acciones para reducir su afluencia después de terminado el confinamiento, así como incentivar el uso de la bicicleta y la caminata.

Otro ejemplo son los restaurantes. Para evitar contagios en algunas ciudades sólo se ha permitido que operen restaurantes con mesas al aire libre y con comedores muy separados entre sí; en algunos restaurantes de China la comida se ordena con el celular y se entrega totalmente sellada, sin la interacción de meseros.

Los protocolos y las reglas varían en todas las ciudades porque las características son diferentes y estamos experimentando algo diferente y relativamente nuevo para las condicione a las que la sociedad actual estábamos acostumbrados. Es muy importante que estemos listos y mentalizados antes de que empecemos nuevamente a salir a las calles.

La mayor parte de México no está preparada para reabrirse. De acuerdo a diversos expertos y cálculos de escenarios, no hemos llegado a la parte más álgida de la crisis sanitaria y aún nos encontramos lejos de haber reducido el ritmo de contagios y de recuperar la capacidad hospitalaria suficiente para poder reabrir las ciudades.

Nuestro país hace muy pocas pruebas de Covid-19 y casi no se rastrea qué personas convivieron con los casos confirmados, por lo que no tenemos capacidad de detener nuevos contagios masivos. Chile practica 16 veces más pruebas por cada mil habitantes que México; El Salvador está haciendo 7 veces más pruebas por cada mil habitantes que México; Panamá, Cuba, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica y Argentina también están haciendo más pruebas con relación al tamaño de la población de México. Incluso varios países africanos, como Ruanda, Ghana y Senegal, están realizando más pruebas a sus habitantes que nosotros.

En nuestro país, muchas empresas y espacios públicos tampoco están listos para la reapertura. Por ejemplo, el metro de la ciudad de México ha registrado peligrosas aglomeraciones en pleno confinamiento, y lo mismo ha pasado en mercados públicos donde mucha gente se concentra sin cubrebocas ni sana distancia.

Por esa razón, me parece correcto que algunas entidades federativas extiendan el confinamiento en contra de algunas recomendaciones del Gobierno Federal, que se presume no está haciendo un buen trabajo frente a la contingencia.

Es entendible que exista presión por terminar el confinamiento pues éste ha provocado muchos daños a la economía de las familias mexicanas. Desde mediados de marzo y hasta a finales de abril, se perdieron 750 mil empleos formales en nuestro país y contando, pues se perderán más empleos en mayo y seguramente en los próximos meses. Bank of America estima que México perderá 1.2 millones de empleos en 2020 y el Coneval considera que entre 6.1 y 10.7 millones de personas podrían caer en situación de pobreza extrema por ingresos; es decir, que su ingreso será insuficiente para adquirir una canasta alimentaria.

El confinamiento ha complicado la vida a millones de mexicanos, pero la situación económica puede agravarse mucho más si un nuevo brote de coronavirus nos obliga a volvernos a encerrar de forma prolongada y generalizada en buena parte del país o en su conjunto. Esto podría sumirnos en una muy profunda crisis.

Debemos trabajar desde la ciudadanía, el empresariado, la academia y el sector público, en sus tres niveles de gobierno, para estar realmente listos y entonces sí reabrir nuestras ciudades de forma responsable en toda la extensión de la palabra.

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