La semana pasada escribí sobre cómo la humanidad ha evolucionado a través de los siglos, pasando de etapas largas y sin mayores cambios a esta nueva era de progreso y de avance tecnológico acelerado. Esto, para exponer y reflexionar sobre cómo Singapur y otros países muy diversos han logrado alcanzar el desarrollo en una generación.

Otro de esos países es Irlanda que, a finales de los años 80, estaba sumida en una profunda crisis económica. Uno de cada cinco estudiantes irlandeses emigraba a países como Estados Unidos o Australia por falta de oportunidades, provocando que en pocas décadas su población se redujera a la mitad. Desde que se independizaron de la corona inglesa, Irlanda se cerró al resto del mundo y aplicaron un fuerte proteccionismo, al grado de prohibir a extranjeros comprar o invertir en empresas locales.

En 1957 se abrieron radicalmente al comercio exterior y bajaron los impuestos a las empresas, no obstante, tras décadas de muy poca innovación, inversión y de poco mantenimiento de su infraestructura básica, las empresas locales no lograron competir con las extranjeras y en su mayoría quebraron. Esto provocó que en las siguientes décadas se perdieran miles de empleos y se agudizara la fuga de cerebros y la crisis económica. Además, empresas internacionales y emergentes de la época, como Apple, Microsoft o Intel, que eligieron a Irlanda como sede fiscal de sus negocios en Europa por los bajos impuestos, sólo montaron una oficina con un trabajador y no invirtieron realmente en el país porque el impuesto al trabajo era de hasta 60% y la regulación muy complicada.

En 1987 el desempleo llegó a 17% en Irlanda y emprendieron cambios radicales. Fue entonces que simplificaron la legislación laboral y bajaron sustancialmente los impuestos al trabajo, lo que generó que empresas ya instaladas en Irlanda, como Hewlett-Packard, empezaran a abrir fábricas y centros de investigación en el país. A pesar de reducir los impuestos, el gobierno comenzó a recaudar mucho más porque se generó mayor actividad económica. En los años posteriores la economía creció significativamente, se convirtieron en una meca tecnológica y en la actualidad el ingreso promedio de sus ciudadanos está dentro de los ocho más grandes del mundo, siendo superior al de países como Emiratos Árabes Unidos, Suiza, Suecia, Estados Unidos, Alemania o Dinamarca.

En la década de los ochenta, Israel también atravesaba una muy dura crisis. De 1980 a 1985 la inflación superó, todos los años, el 100 por ciento. El déficit y la deuda públicá se habían agravado por una economía con excesiva intervención del Estado. Era un país sumamente dependiente de la ayuda que recibía del extranjero y, para complicar la situación, llegaron 800 mil judíos de territorios de la Unión Soviética, por lo que tenían que crear empleos adicionales a los que ya les faltaban.

A finales de los 80 implementaron cambios importantes. Decidieron atraer fondos de capital de riesgo de otros países para apoyar el emprendimiento y fortalecieron su apuesta por la educación. Esto se combinó con que son un país muy abierto a la inmigración, siendo que 9 de cada 10 personas son inmigrantes, o bien hijos o nietos de inmigrantes, los cuales han ayudado a detonar el comercio y el emprendimiento con sus países de origen.

Hoy Israel cuenta con una de las mayores tasas de habitantes con estudios universitarios y las escuelas están muy bien integradas con las empresas.

El panorama cambió en poco tiempo y desde hace 30 años, Israel ha registrado un crecimiento económico promedio de 4% anual, además de que los empleos se han multiplicado por cuatro y ahora es conocido como la “Startup-Nation”, siendo que Tel Aviv es, tras Silicon Valley, el segundo polo de tecnología e innovación más importante del mundo. Este pequeño país es el tercero con más empresas cotizando en el NASDAQ, bolsa de valores orientada a la tecnología, y tiene más empresas en esa bolsa que España, Italia, Francia, Alemania y Holanda juntas, posicionándose sólo detrás de Estados Unidos y China, ambos con un considerable número superior de habitantes.

Otro país en el que se alcanzó el desarrollo en pocas décadas es Corea del Sur. Antes de la década de los 60 era un territorio más pobre que Gabón o Zimbabue y durante la división de Corea, la parte del sur era la pobre, ya que la poca industria se encontraba en el norte. Corea del Sur era agrícola, los colegios no tenían pupitres y el único alimento que muchos niños recibían era la leche en polvo que les enviaba Estados Unidos y Europa.

En 1960, tras un golpe de Estado, el país cambió radicalmente varias políticas. Se abrió a la competencia internacional y dio facilidades a empresas que consideró claves para el desarrollo del país. También transformó su sistema educativo en uno de los más competitivos del mundo y pasó de ser uno de los países más pobres a uno de los más prósperos en poco tiempo.

También Polonia nos ha dado una lección. Después de la Segunda Guerra Mundial y 44 años de gobiernos comunistas, en 1989 estaba en crisis, con un ingreso per cápita entre tres y cinco veces más chico que el de países como Italia o Francia.

Tras las elecciones de 1989 se desató un proceso de cambios muy radicales en donde se liberalizaron los precios, se suprimieron los controles del Estado a la economía, se permitieron los negocios privados, se frenó la impresión de dinero, se redujeron sustancialmente los impuestos, se abrió la economía, se privatizaron muchas de las empresas públicas, se crearon instituciones para atraer inversión extranjera, se ofreció seguridad jurídica y facilidad para crear empresas y, además, se controlaron estrictamente las cuentas públicas, lo que redujo sustancialmente la deuda del gobierno.

En Polonia también apostaron fuertemente por la educación de calidad y ahora obtienen destacados resultados en la prueba PISA.

Gracias a todos los cambios, desde 1994 su PIB ha crecido 4% en promedio cada año, sumando 28 años de crecimiento ininterrumpido. Asimismo, la participación de sus exportaciones en el PIB ya es más grande que en Alemania.

Lejos han quedado los días en que los polacos tenían que emigrar a otras partes del mundo, como a Chicago, en Estados Unidos, que hoy en día alberga una extensa comunidad polaca. Ahora es al revés, pues en los últimos años Polonia ha estado atrayendo talento de diferentes países.

Además, lograron un notable crecimiento desde la democracia. No necesitaron de la mano dura y su renta per cápita pronto podría alcanzar a la de Italia.

Otro caso de éxito es el de Dubái, que en poco más de 20 años pasó de ser un remoto enclave en el desierto a una de las ciudades más vibrantes en el mundo. Al mismo tiempo, multiplicó por cuatro su población, por nueve el número de visitantes y por ocho el tamaño de su economía.

Para lograrlo, se convirtió en el lugar más abierto de su zona, apostando por atraer profesionales y multinacionales de todo el mundo, con muy bajos impuestos y libertad migratoria. Actualmente los inmigrantes representan más de 90% de la población de Dubái. Implementaron leyes que beneficiaron la proliferación de los negocios y brindaron una sólida certeza jurídica; esto es especialmente notable por la región donde se encuentra, siendo, a diferencia de sus vecinos, quienes han permitido a los extranjeros realizar inversiones inmobiliarias.

Contrario a lo que se piensa, el desarrollo de Dubái no necesariamente se debió al petróleo, pues tenían mucho menos reservas que otros emiratos como Abu Dabi. De hecho, el petróleo hoy representa menos del 1% de la economía de Dubái.

Estos son sólo algunos casos de los que debemos de aprender en México, siendo que falta mencionar los de Estonia, Nueva Zelanda, Macao, Luxemburgo y otros más. Quisiera destacar que, a pesar de ser economías muy diferentes, sus procesos de crecimiento comparten algunas características.

Estos ejemplos ilustran que un rápido y sostenido crecimiento económico se ve favorecido por apostarle a la educación, al Estado de derecho, a la facilidad para hacer negocios, a los bajos impuestos y a legislaciones más sencillas. También a conectarse con el resto del mundo, con apertura comercial, a la llegada de emprendedores y capitales extranjeros, así como al fomento de la competencia y del emprendimiento. Apostarle a la atracción de capital de riesgo y, especialmente, apostarle a las industrias con un mayor potencial de crecimiento, que en esta época son la economía del conocimiento y la creatividad.

Convertirse en un país desarrollado es un tema muy complejo, pero cada vez hay más ejemplos de que es posible hacerlo en una generación. El crecimiento está al alcance de los países como nunca en la historia de la humanidad lo había estado, dándonos una lección de que los grandes resultados implican grandes cambios en la dirección correcta.

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