En los próximos doce a dieciocho meses la economía mundial entrará en una etapa de recesión. La desaceleración ya se encuentra en marcha. Habrá que estar muy atentos para evaluar si estos signos iniciales se convertirán en una crisis mayor o si se trata simplemente del final de un ciclo económico global.

Los signos de que el panorama se viene adverso están a la vista. La principal economía de Europa —Alemania— lleva un semestre sin crecimiento, al igual que Italia, la tercera mayor después de la salida del Reino Unido de la UE. La guerra arancelaria entre China y Estados Unidos genera inflación y afecta al conjunto del comercio internacional. China misma está creciendo a casi la mitad de lo que lo hacía en la década pasada. La Reserva Federal de EUA está recortando las tasas de interés para estimular la economía. De por sí, cada mes que pasa Estados Unidos rompe su propio récord de crecimiento ininterrumpido, más de diez años al hilo. A esto debe sumarse que dentro de quince meses habrá elecciones presidenciales en la Unión Americana y Trump sabe muy bien que le resultará mucho más difícil reelegirse si su país se encuentra en franca recesión. De ahí que, desde ahora se encuentre presionando a la Fed para que reduzca aun mas las tasas de interés y pretenda quitar impuestos a las nóminas para que los estadounidenses tengan más dinero en sus bolsillos hasta el momento de llegar a las urnas. Es probable que hasta elimine algunos de los aranceles que le cobra a China con tal de que el poder adquisitivo de sus electores mejore.

México debe reaccionar con inteligencia y de manera urgente ante el escenario que se avecina. En buen español, si unimos la debilidad que ya viene mostrando la economía mexicana con un panorama global en recesión viviremos lo que resta del sexenio y quizá más años, sin otro horizonte que administrar la crisis. Ya de por sí debieron prenderse las alarmas cuando por primera vez en más de veinte años el crecimiento de México no se ha visto arrastrado por la economía de Estados Unidos. Ellos crecen al 3 por ciento, mientras que México está prácticamente en ceros (0.1% es el nivel). El otro dato al que hay que ponerle atención es que las tasas de largo plazo, en todo el mundo, ofrecen rendimientos mas bajos que las de corto plazo. Esta es la prueba del ácido de que las perspectivas económicas globales son poco halagüeñas.

México tiene dos grandes opciones: anticiparse a un escenario de crisis general poniendo las vacunas necesarias desde ahora o esperar a que llegue el tsunami para empezar una reconstrucción desde los escombros. Si tomamos la primera ruta, México podrá distinguirse como uno de los países que logra atemperar la crisis de manera más eficaz y pronta. Y de paso, ante la escasez de buenas opciones en otras partes del mundo, podría convertirse en un imán privilegiado para la inversión extranjera. Pero, si no se toman las medidas pertinentes y oportunas, viviremos unos años aciagos, con grandes presiones sociales y un mayor deterioro en las condiciones de seguridad. Vendrá entonces la tentación de culpar al exterior de todos nuestro males; un discurso político de sobra conocido por los mexicanos que no muestra más que una falta de planeación.


Internacionalista

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