El Congreso de Estados Unidos acaba de aprobar el paquete de inversión más grande de su historia, destinando un billón de dólares (un millón de millones) al desarrollo y reconstrucción de infraestructura. Es una oportunidad inédita para que México se enganche en ese enorme proyecto y así garantizar, como lo expuso el Presidente López Obrador, que América del Norte continúe siendo la región más competitiva del mundo.  

El gobierno de Joe Biden pretende modernizar y construir puertos, aeropuertos, líneas ferroviarias, redes de internet de alta velocidad, así como maximizar el uso del agua, tanto para fines de consumo humano como para riego agrícola y generación de electricidad. Para desarrollar esa América del Norte mejor integrada y capaz de competir con China y otras economías en ascenso, es necesario que México se concentre en crear una especie de espejo logístico con nuestro vecino, mejorando el tránsito fronterizo, ampliando las carreteras, aeropuertos y conexiones ferrocarrileras que conducen nuestros productos hacia el norte. Pero, ante todo, sería altamente recomendable que se aproveche el espíritu generado en Washington la semana pasada, para mirar este tipo de megaproyectos con una óptica genuinamente trilateral, a nivel de la región norteamericana.

Un ejemplo: los principales puertos del Pacífico estadounidense, Long Beach y Los Ángeles, están saturados a tal punto que ya les resulta imposible manejar y desembarcar los contenedores que provienen del Asia. Construir un puerto alternativo en la costa de Baja California podría ser un proyecto capaz de aliviar estas condiciones y capaz de crear un polo de desarrollo de importancia capital para México y para la región en su conjunto.  

La construcción de una obra de esta naturaleza podría, además, servir de trampolín para crear instituciones comunes (aduaneras en este caso) y protocolos sobre el tratamiento que queremos dar en Norteamérica a terceras naciones.  

El año que viene la reunión entre los mandatarios de México, Canadá y Estados Unidos tendrá lugar en la capital de nuestro país. Sin que exista esa formulación (por la reticencia histórica en la región a crear instituciones y una burocracia supranacional) en los hechos México tendrá todo este año el papel de “secretario pro-témpore” de América del Norte. Corresponderá a nuestro país, como anfitrión del encuentro, coordinar los esfuerzos de cara a la cumbre y confeccionar la agenda que habrán de desahogar los tres líderes.
 
Existen problemas, algunos muy serios, en las relaciones entre los tres países. La migración, la seguridad, la epidemia de drogas sintéticas, el flujo descontrolado de armas, el clima para la inversión, diferendos comerciales y visiones distintas sobre la matriz energética y las acciones para combatir el calentamiento global. La mayoría puede y debe canalizarse a través de consultas y acciones bilaterales. No tiene mucho caso que México y Canadá dialoguen sobre un tráfico de armas inexistente entre ambas naciones, por ejemplo.  

La esencia de América del Norte y del diálogo trilateral debe concentrarse en explotar las oportunidades que tenemos como región, más que en dedicar estas reuniones a la atención de problemas puntuales que caen bajo la sombrilla de las relaciones bilaterales. El programa de infraestructura que está por iniciar Estados Unidos contiene los elementos clave para integrar de manera más eficiente las cadenas productivas y el flujo de personas, ideas y productos entre los tres países. Si nos embarcamos en proyectos comunes y de alcance regional, será mucho más sólido y tangible el buen entendimiento político y se dará un paso concreto y sin precedente en la proyección de nuestra región y de una buena vecindad respaldada por los hechos.  

Internacionalista

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