Bajo cualquier criterio de medición, la relación con España es una de las más ricas y significativas con que cuenta México en el mundo. Se trata del segundo socio inversionista, solamente después de Estados Unidos, con un monto que alcanza los 72 mil millones de dólares. Las empresas españolas en México dan empleo a más de un millón de personas en áreas tan diversas como la alimentación, la banca y los seguros, la construcción, autopartes y la generación de energías renovables. Esto en el plano económico.

En el terreno de la cooperación destaca el nutrido número de investigadores y estudiantes que acuden a universidades españolas, pero también la colaboración que se ha desarrollado en materia jurídica y penal para combatir el delito y arrestar a delincuentes de altos vuelos.

Un capítulo de especial relevancia es el acceso a los procesos de la Unión Europea, donde España ha jugado un papel de primera línea para fortalecer la voz y los objetivos de México ante Bruselas. En una labor de socios y amigos, el apoyo español resultó determinante para concluir y ahora mejorar el Tratado de Libre Comercio México-Unión Europea, el más dinámico después del que rige los intercambios con los vecinos de América del Norte.

México y España fueron los motores decisivos para la creación de la Cumbre Iberoamericana, un mecanismo que promueve la cooperación y la realización de proyectos conjuntos entre los miembros de esta comunidad de naciones.

Viene a cuento ofrecer este panorama general, en un momento en que el gobierno mexicano parece apostar a que esta relación se vaya a pique o que de plano naufrague. En esta dirección apunta el discurso oficial. ¿Con qué propósito? Ahí nos queda a deber una explicación la Cancillería, algún argumento que haga sentido y valide la estrategia emprendida.

Resulta incomprensible y abiertamente contrario al interés nacional lanzar una campaña, básicamente verbal pero igualmente nociva, en contra de uno de los países con los que México tiene mayores afinidades, proyectos e intercambios. La postura y las expresiones de la 4T pretenderían generar animadversión con el país ibérico y, dado que ha sido una actitud persistente de este gobierno en sus primeros tres años, podríamos inferir que a juicio de estos funcionarios resulta más benéfico para nuestro país sostener una relación tirante, débil y conflictiva con España que continuar bordando sobre el patrimonio diplomático que se logró construir en el último medio siglo, desde la reanudación de relaciones.

El detonador aparente de esta tensa relación fue la petición que hizo el gobierno de México para que las autoridades actuales de España ofrecieran una disculpa por la Conquista y la Colonia. Curiosamente, no se ha pedido una acción similar a Estados Unidos, frente al que perdimos la mitad del territorio nacional. Tampoco se ha exigido a Francia que nos pidan el perdón por entronizar a un monarca europeo en nuestro suelo. Y ya entrados en gastos históricos, tampoco a Austria, que embonaría en la lógica de las disculpas.

En el caso extremo y por demás improbable de que nuestro gobierno obtuviera todas y cada una de las disculpas que solicite, ¿qué tipo de ventajas o beneficios traería para la sociedad mexicana? Si acaso poder decir eso: que ya se disculparon. Pero no nos devolvería Texas ni dejaríamos de utilizar el español como idioma entre los mexicanos. Irónicamente, mientras esto sucede en el imaginario y la retórica de nuestros gobernantes, nuestras sociedades siguen interactuando de manera cada día más abundante. A fines de año se llegará a la cifra de 40 vuelos semanales entre los dos países, una muestra de que el discurso antagónico carece de respaldo en ambos lados del Atlántico.

Internacionalista

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