Detrás de la elaboración de los libros de texto, la pregunta central consiste en dilucidar qué y cómo deben aprender los niños de México. Este asunto ofrece material para un debate intenso y probablemente interminable. Por ejemplo: ¿deben darse cursos de educación sexual? Y en su caso, ¿de qué manera? Tan solo este tema abre una discusión acalorada. Un sector de los mexicanos piensa que este es un asunto privado, más propio de los adultos que de los niños, donde si acaso los padres deben transmitir la información que consideren pertinente. Para estos sectores, la escuela debe mantenerse al margen. Otros piensan que es preferible instruir a los niños en materia sexual para evitar embarazos no deseados o enfermedades. Cualquiera que sea la postura que se adopte dejará insatisfechos a unos o a otros. En estas condiciones, la única salida posible es elevar el nivel del debate, discutir con seriedad y profundidad la forma de trasmitir el conocimiento.

Otra pregunta relevante tiene que ver con el objeto de la educación. ¿Se trata de desarrollar individuos integrales, con conciencia crítica y entendimiento del mundo, o bien de personas aptas para conseguir un empleo? Es decir, la educación como una forma de capacitación para el trabajo o para generar ciudadanos que sepan pensar y a partir de ello lograr sus metas. Un país como México requiere de mecánicos y médicos, de cineastas y financieros, de otra manera no puede funcionar. La educación permite que nuestra sociedad cuente con todas estas destrezas. Así, un primer paso imprescindible implica enseñarles a los niños el menú de opciones que ofrece el conocimiento para que sean capaces de definir su vocación.

Sin embargo, con la próxima aparición de los nuevos libros de texto, el debate se está inclinando hacia determinar si la educación puede o no ser ideológicamente neutra. Desde el inicio de esta administración se anunció un rechazo a la “ciencia neoliberal”. Nunca quedó del todo claro a qué se referían con este señalamiento: ¿el agua ya no hierve a los 100 grados? ¿Los objetos ya no caen a 9.8 metros por segundo?

Claramente, el debate en temas de ciencias duras pudiera determinarse por el cúmulo de conocimientos que deben adquirir los niños en materias como las matemáticas, la física o la química. Lo mínimo esperable sería que los estudiantes descubran estos campos para que formen parte de sus opciones profesionales. Por contraste, las ciencias sociales, por definición inexactas, son las materias más polémicas pues es en ellas donde puede insertarse un mayor contenido ideológico, de inducción política. La historia, el civismo y la economía son campos fértiles para el desencuentro nacional. Es bien sabido que quien se apropie de la narrativa nacional contará con una poderosa herramienta política.

Los libros de historia oficial son un material potencialmente explosivo y por ende deben manejarse con especial cuidado. Tradicionalmente, los textos han apuntado a señalar héroes y villanos, patriotas de un lado, invasores, traidores y dictadores del otro. Para fortalecer la unidad nacional se ha optado, más que en subrayar los logros que hemos alcanzado como nación, en identificar enemigos. Esto ha derivado en reconocernos en los opuestos, en lo que no queremos ser, más que en una narrativa que nos invite a pensar en lo que quisiéramos o pudiéramos alcanzar. A falta de enemigos extranjeros, en esta etapa de la historia puede surgir la tentación de buscar adversarios internos, lo cual no abona a la integración nacional, al pluralismo o al ideal democrático. Está a prueba nuestra capacidad de sostener un debate inclusivo y de altura.

Internacionalista

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