En los países desarrollados, la corrupción es prácticamente nula en las altas esferas del poder, pero bastante común entre los cuadros inferiores del gobierno. Esto se explica porque los que llegan a ser primeros ministros o secretarios de estado se sienten ya satisfechos con sus logros políticos y profesionales y no se preocupan por el dinero. El prestigio y la trascendencia los libra de las tentaciones. A diferencia de ellos, los funcionarios de más bajo nivel sí caen en la tentación del dinero porque están frustrados en su desempeño laboral, por cumplir funciones mecánicas y burocráticas.

En México y muchos otros países subdesarrollados, estos criterios no imperan. Aprovechando la frase del presidente, las escaleras tienen basura desde arriba hasta bien abajo. El político mexicano, por regla general, roba más a medida que asciende en la escala del poder. Sienten que han pasado muchos años siendo pacientes, esperando su oportunidad, obedeciendo instrucciones descabelladas de sus superiores, mirando cómo se enriquecen los de arriba, agazapados como estrategia para llegar a la cima. Cuando lo logran, cuando ya son alcaldes, gobernadores, presidentes o secretarios de Estado, se desquitan de los largos años que han pasado en la abyección y, en vez de ejercer una tarea de gobierno decorosa y edificante, dedican una gran parte de su gestión para enriquecerse al máximo posible.

La frase de la esposa del exgobernador Javier Duarte de “merezco la abundancia”, escrita decenas de veces de su puño y letra, refleja bastante bien la psicología de los que llegan a lo más alto. No es pose, de verdad se creen que los logros políticos no son reales hasta que se ven reflejados en la cartera.

Con el cambio de gobierno, existía una razonable esperanza de que, ahora sí, pudiera abatirse este cáncer nacional. El discurso cotidiano del presidente es contundente. Está consciente de que su larga travesía para llegar al poder está pavimentada con el hastío que generó la administración de Peña Nieto. Pero el cambio verdadero, al que tanto se alude, sólo será reconocido por la sociedad cuando empiecen a llegar a las arcas nacionales los recursos que se embolsaron los cleptómanos más célebres. Es imprescindible constatar que se pasa de las palabras a los hechos. Antes y ahora, los principales mecanismos para detectar la corrupción han sido la prensa de investigación y las organizaciones civiles. Seguimos echando de menos instituciones imparciales y autónomas que sean capaces de descubrir lo que los mejores reporteros del país aportan.

Justicia y venganza no son sinónimos. Justicia es que los funcionarios corruptos del presente y del pasado encaren sus actos, que restituyan los recursos que extrajeron de nuestros impuestos y que vayan a la cárcel quienes se lo han ganado a pulso. Venganza sería condenar a los que piensen diferente o hayan ejercido una oposición leal, aunque tengan una trayectoria limpia. Ya es hora de terminar con esta confusión.



Director General Ejecutivo del Aspen Institute

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