Seamos francos, la curva dominante y de temor que generaron los Tigres —de 2015 a la fecha— va en descenso. Es algo lógico y natural, y más por las ideas y estilos del Tuca Ferretti, quien —en lugar de mover sus mejores fichas— se aferra a jugar a la suya.

Claro que les ha dado la época más gloriosa en la historia de la franquicia y que ha logrado ser el equipo más poderoso de la década.

Sigo creyendo que Toluca, en época, fue más dominante y mucho más vistoso. Pero algo que lograron la noche del miércoles fue por fin cerrar un círculo virtuoso, ganarle al equipo de Carlos Vela en una de sus mejores facetas, porque venía de tumbar al León, al Cruz Azul y al América.

Con esta copa que les hacía falta, lograron empoderamiento y muchos puntos, después de tres finales perdidas. Irán por fin a un Mundial de Clubes y probarán las mieles de la internacionalización, que tanto se aplaude en nuestros días. Además, lo hacen con su gran figura en lo alto, con 28 goles en el año, con anotaciones en todas las series y —además— marcando el definitivo. Lo de André-Piere Gignac es fabuloso, igual que esta gran dinastía felina.

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Vendrán años complejos, si no saben reinventarse. El camino a la grandeza está muy cerca, pero —justo para llegar ahí— tendrán que entender las exigencias, más allá de los aparadores y reflectores.

Tendrán que buscar gustar con sus estilos, conquistar la época, como lo han hecho los otros grandes, más allá de las enemistades de la redes sociales y su fanaticada, que se aferra a sentirse de una historia que aún no le corresponde.

Pero, sin duda, a muchos mexicanos les dio bastante gusto y alegría ese anhelado título de Concacaf.

¡Bienvenidos, bienvenidos! A la era de los poderosos Tigres.

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