Pronto sabremos si el electorado estadounidense ratifica a Donald Trump o decide que cuatro años ya fueron suficientes y ahora lo quiere fuera de la Casa Blanca.

El escenario de esa decisión histórica está conformado por dos coordenadas: un sistema electoral obsoleto y complejo, y una sociedad muy polarizada.

Acostumbrados a nuestro sistema con voto universal y directo, cuesta trabajo entender un sistema de elección indirecta que primero atraviesa por un proceso de elecciones primarias, seguido de intensas campañas de los candidatos ya nominados, para convencer al menos a 270 de 538 electores que voten a favor de ellos en un colegio electoral cuyos votos (y no el popular) son los definitorios de la elección.

Pero no es tan sencillo, salvo Nebraska y Maine que distribuyen a los electores en forma proporcional al voto popular, los otros 48 estados lo hacen “winer takes it all” (el ganador aún por un voto, se lleva todos los electores). Agregue usted la enorme disparidad de electores por estado. En un extremo California (55) y Texas (38) y en el otro Vermont, Delaware, Washington DC, 3 cada uno. Más se complica, cuando en 24 estados los electores no tienen compromiso alguno en respaldar al candidato que haya obtenido más votos populares y pueden votar libremente, mientras en que los otros 26 sí lo tienen por ley.

Esa doble contabilidad entre el voto popular y el electoral explica lo que sucedió en el 2016 cuando Hilary derrotó a Trump con más votos populares, pero con menos votos electorales, perdió la elección. Un sistema en el que el ganador, puede perder, ¿complicado no?.

La otra coordenada es una sociedad extremadamente polarizada, en buena medida, pero no sólo, por Trump. El movimiento defensor de la supremacía blanca se originó a fines del siglo XIX en Massachusetts por Prescrott Farnsworth quien junto con sus colegas Robert DeCourcy, Charles Warren y el senador Henry Cabot Lodge, egresados de Harvard, crean la Inmigration Restriction League (Liga para la Restricción Migratoria) para frenar a los “indeseables migrantes” a los EUA y logran imponer exámenes médicos y de alfabetismo a los que llegaban a Ellis Island, NY. Ese movimiento nunca ha desaparecido, Trump lo revivió con su fobia anti-migrante, en medio del malestar generalizado por la crisis financiera del 2008-9 que golpeó duro a la clase media.

La polarización social genera mayor radicalización política con narrativas muy confrontadas: de un lado y pro Trump: antimigrantes, proteccionismo y anti globalización, y multilateralismo (salida de la OMS), cero combate a las causas del cambio climático, contra feminismo, aborto, y matrimonio del mismo sexo; tomar a la constitución literalmente, sin interpretarla. Del otro y anti Trump: pro migración legal, medidas para cambio climático (acuerdo de París), proglobalización y multilateralismo, proaborto, matrimonio y adopción por parejas del mismo sexo; interpretación de la constitución para beneficiar a menos favorecidos (Rutg Bader Ginsburg).

Biden aventaja a Trump en las encuestas con 8.9 puntos (51.7%/42.8%), 3,3 más que los 5.6 de Hilary en 2016, cuando no había pandemia con más de 200,000 muertos, recesión económica y violencia racial, además, los votantes anticipados en su mayoría demócratas, han aumentado exponencialmente (80 millones) y los indecisos disminuido considerablemente.

Así las cosas, los posibles escenarios para el 3 de noviembre son: 1) Biden gana por un margen importante esa noche y su victoria es indiscutible y definitiva; o 2) Empate técnico y la elección se va a un postelectoral muy tóxico con el conteo de los votos por correo, Trump no reconoce su derrota y el proceso termina en la Suprema Corte donde tiene una ventaja de 6-3. El mundo detendrá la respiración la noche del martes 3 de noviembre para ver si el pueblo estadounidense decidió cerrar, o todavía mantener abierto, uno de los peores capítulos de su historia.

Docente/investigador de la UNAM

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