En medio de la pandemia y las revelaciones tácitas del racismo institucional, dos hombres dejan el mundo en una nave espacial. La imagen es sugerente, provocadora, incluso preocupante. No es únicamente el símbolo del abandono de un mundo que se desmorona, sino la ausencia de otra respuesta que no sea ese mismo escape. A la larga, podría ser que la imagen del SpaceX se convierta en el preludio de un cambio sistémico mundial, el comienzo de una nueva era, pero mientras tanto, para todos los que estamos inmersos en el tedio interminable de esa transición, no es más que una imagen abrumadora.

En su texto “La esfera de Pascal”, Jorge Luis Borges cuenta cómo dos pensadores tienen reacciones opuestas ante una misma revelación. Giordano Bruno en 1584 se entusiasma ante su propia conjetura de que el universo es infinito. Para Bruno la infinidad es libertad, es espacio, es posibilidad. Unos años después, Pascal llega a la misma conclusión que Bruno pero con una fuerte pesadez; cargar con el infinito es pesado y Pascal se entiende pequeño, indiferente e intrascendente ante él. “El espacio absoluto que había sido una liberación para Bruno, fue un laberinto y un abismo para Pascal” escribió Borges.

Las aproximaciones artísticas e intelectuales al espacio no se han vuelto más sencillas en nuestra época. En 1968, Kubrick filmaba Una odisea del espacio con un claro tono entusiasta y redentor; la tecnología y nuestra incursión en el universo traía infinitas posibilidades. En 2013, Alfonso Cuarón filmó Gravity con un sentimiento casi opuesto: donde Kubrick había visto esperanza, Cuarón veía desolación; donde Kubrick vio una ventana al infinito, Cuarón encontró un incómodo espejo de nuestra condición humana. El universo de Kubrick, liviano y etéreo convertido en una carga, en el peso de la ausencia de la gravedad.

Cuando el hombre llegó a la luna en 1969, había un entusiasmo desenfrenado por lo que traería el futuro. El evento fue observado por millones de personas que vislumbraban un futuro prometedor, donde la humanidad podría enfrentar los grandes desafíos y conquistar nuevos espacios a través de su capacidad inventiva. En 2020, el SpaceX se construye desde la experiencia opuesta, más que una salida, lo del SpaceX parece un escape; el abandono de un barco que se hunde, la nave espacial que sale de la tierra no para enfrentar nuevos desafíos, sino para evitar enfrentar varios viejos. De alguna forma, la imagen también presupone una cierta desidia; donde los astronautas del 68 nos prometían prolongar nuestro mundo, es como si los astronautas del 2020 nos dijeran a todos: ‘Yo ya me voy, ahí les encargo el mundo’. ¡Tremenda carga que nos dejan!

Es cierto que también existe la otra posición, aquella que permita vislumbrar una leve esperanza. La esperanza de quienes ven en la nave la metáfora de que incluso cuando el mundo se cae a pedazos, la humanidad encuentra formas de continuar, aunque sea fuera de él. Sin embargo, la situación en la Tierra permite poco espacio para maniobras emocionales de ese tipo. La pandemia nos enfrenta a una vulnerabilidad que no habíamos sentido en generaciones, una vulnerabilidad que se traduce en miedo, en enojo, o en desidia. Esto se amplifica ante las muestras de desorientación de los sistemas que rigen al mundo, pero que parecen no vivir en él. El sistema político nos muestra su autoritarismo, su racismo, su clasismo y su misoginia. El sistema económico se demuestra rapaz, inoperante, un monstruo liberado por un grupo pequeño de amos, un sistema al servicio de unos cuantos a costo de unos muchos.

Es cierto que tarde o temprano la pandemia generará cambios, pero el problema es que lo deseable no siempre es lo plausible. El cambio toma tiempo y no siempre toma las formas deseadas. Ante el colapso económico de 2008, muchos auguraron el fin del sistema económico como lo conocemos; doce años después el sistema está tan intacto que vuelve a caer en sus mismas trampas. ¿Qué impedirá que continuemos como estabamos? Se podrá hablar mucho de cambio, pero en el corto plazo la dependencia en el sistema es tan grande y los incentivos para construirle límites tan bajos, que una vez pasadas las turbulencias, los grandes beneficiados buscan regresar con frenesí a la vieja normalidad. El problema es que también los perdedores del sistema dependen de él tanto o más que sus beneficiarios y requieren también de su reactivación inmediata.

Por eso, al observar el despegue de la nave espacial, la pregunta pertinente no es si hay vida afuera de la Tierra, sino si la vida fuera de la Tierra habrá construido sistemas más plausibles para su adecuada subsistencia y convivencia. Si en 1969 los espectadores observaban la incursión en el espacio con entusiasmo pero también, hay que decirlo, con miedo, los de ahora observan con una cierta envidia. Cuando nadie puede salir de su casa, dos astronautas se rebelan y salen del planeta.



Analista político

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