Henri Badan llegó a México escapando de los horrores de la guerra en Europa. Clothilde Dangon huyó de París tras la ocupación alemana y se refugió en Portugal. Fue ahí donde conoció a Henri, fue ahí donde se enamoraron, pero fue el sueño mexicano el que los atrapó. En un viaje de trabajo a Baja California, Henri y Clothilde tomaron la decisión de quedarse en la región; tenían una visión compartida de trabajar la tierra y producir vino en este nuevo país.

Henri y Clothilde no llegaron a ver la culminación de su proyecto, murieron antes de poder producir su propio vino. Fueron sus hijos Antonio y Natalia los que continuaron la historia. El espíritu soñador a veces se hereda, el emprendedurismo también. Natalia recuerda muy bien las palabras de su hermano Antonio: “Voy a hacer un gran vino para México.” No hubo junta de inversionistas, ni capital inyectado, pero sí mucho trabajo con la tierra. En 1987 salió la primera cosecha del que se convertiría en uno de los mejores vinos de México, El Mogor Badan. El Valle de Guadalupe tenía su primer gran vino.

En 1989, el enólogo Hugo D’Acosta llegó al Valle de Guadalupe a trabajar en Santo Tomás; su llegada transformaría al Valle para siempre. La narrativa de la historia oficial  se construye a base de los grandes héroes nacionales, pero la verdadera historia está hecha de los hombres y mujeres que transforman sus comunidades. Hugo es uno de ellos, un visionario, genio o loco según se quiera, que ha tenido mucho que ver con todo lo bueno que tiene el Valle hoy en día.

Hugo tuvo la visión de crear un Valle vitivinícola, donde todo mundo produjera vino y donde todo mundo tuviera una conexión con la tierra. Su visión era la de generar una comunidad de pequeños productores agrícolas. “A quién no sepa, yo le enseño” dijo y fundó su “escuelita” desde la cual formó a gran parte de la comunidad viticultora del Valle. En una carta dirigida a Antonio a principios de los noventas, le decía con emoción “¡Compadre, este año vamos a ser 5 casas productoras de vino!” Hoy en día hay más de 150.

Algunas personas imaginan el mundo del vino como un mundo de lujo y altos vuelos. En su origen esto no es así. La comunidad que se estableció en el Valle de Guadalupe es una comunidad sencilla que gira en torno a una vocación agrícola. La vid tarda tres años en crecer y al menos 10 en expresarse adecuadamente para hacer buen vino. Los viticultores tienen que lidiar con esto y con la sequía, las plagas y las inundaciones. El éxito de Antonio, Hugo, Natalia y muchos otros fue el de convertir una región en una comunidad, y de paso crear, casi de la nada, una identidad del vino nacional. El problema es que su éxito ha atraído a la región a los oportunistas, que buscan el negocio fácil.

La vocación del Valle de Guadalupe es agrícola, no turística. Su éxito turístico depende de esa esencia pero el manejo del turismo en México tiene una tendencia autodestructiva. Ninguna autoridad ha buscado proteger al Valle. Al revés, decenas de nuevos empresarios han llegado a construir hoteles; para ellos, los viñedos son solo escenografía. Los políticos han permitido la lotificación y urbanización de un espacio que es y debe ser rural. En los últimos años, las autoridades han permitido la construcción de cantinas, antros y bares en medio del Valle.

La lucha de Natalia Badan, Claudia Turrent, Hugo D’Acosta y muchos más es por una planeación sustentable. Por un ordenamiento territorial que se cumpla y que ponga como centro la esencia vitivinícola del Valle. En el fondo, lo que piden es lo más racional y natural posible. Todo el atractivo turístico y empresarial del Valle proviene de esta esencia. Todas las regiones vinícolas del mundo tienen medidas de protección. Por lo pronto, no hay voluntad política para entender esto.

Natalia Badan es una de las muchas mujeres del Valle de Guadalupe que se han vuelto activistas en defensa de esta tierra. Su espíritu es incansable pero generoso; su rancho produce algunos de los mejores vinos del país, pero también ha dedicado su vida a generar valores agrícolas, produciendo verduras orgánicas y siendo la anfitriona de un mercado orgánico que vende los mejores productos de la región. Natalia es un perfecto ejemplo del trabajo y lucha de esta comunidad. Los viticultores construyeron el Valle de Guadalupe, ahora algunos políticos y empresarios amenazan con destruirlo.

Cuando Henri y Clothilde llegaron al Valle por primera vez en 1950, su sueño era el de generar una comunidad agrícola en torno al vino. Hoy en día, ese sueño se puede transformar en una pesadilla. Los sueños de muchos de los nuevos arribados al valle son mucho más cortoplacistas y oportunistas. El tiempo se agota, el Valle de Guadalupe es muy frágil. Por eso Natalia me dice: “necesitamos que todos los mexicanos nos ayuden a conservar el Valle.” Quizás sea la única manera de salvarlo.

Analista político

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