Hay ciudades inabarcables. La Ciudad de México es una de ellas: 1,485 kilómetros cuadrados, 9 millones de habitantes y un PIB más grande que el de Colombia. La capital es una de las ciudades más complejas y ricas del mundo. Esta complejidad ha posicionado a la CDMX como uno de los centros económicos, políticos y culturales más importantes del mundo. Dentro de México y la región latinoamericana, la CDMX funciona como un epicentro gravitacional; lo que se genera en la capital se esparce por el país y la región.

Durante las últimas dos décadas, la CDMX se ha ganado una reputación como una de las capitales más progresistas del mundo. A partir de las elecciones de 1997, la ciudad ha pasado leyes como las de despenalización del aborto en 2007, o la ley de voluntad anticipada en 2008, que la han posicionado a la vanguardia de los movimientos progresistas del mundo. Esto no es casualidad, la CDMX ha sido un centro de movimientos sociales y civiles, de activistas e intelectuales que han construido una masa crítica de izquierdas, que a su vez ha sido incorporado en la agenda pública de la ciudad. En un país profundamente conservador, la CDMX es un oasis de progresismo.

Sin embargo, si bien la política pública de la ciudad se ha construido desde la vanguardia, en los últimos años la realidad es que la ciudad ha perdido su ímpetu. La administración de Mancera tuvo mucho que ver con este estancamiento; a falta de visión política, la ciudad perdió su identidad. La tendencia no ha logrado revertirse del todo, y como consecuencia, donde la ciudad antes fue punta de lanza, ahora es una calca de tendencias globales con algunos años de retraso.

Desde la alternancia de 1997, la CDMX nunca había sido gobernada por el partido del Presidente. Esta configuración política tuvo como consecuencia que la ciudad se construyera como un espacio de contraposición al desastre Federal de los sexenios de Fox, Calderón y Peña Nieto. La contraposición de la Ciudad la impulsó a generar una identidad más audaz que se tradujo en leyes y proyectos innovadores.

La concordancia entre la política del jefe de gobierno y el Presidente no le ha hecho bien a la capital. Miguel Mancera fue electo por un partido distinto al del Presidente, pero en el fondo, su visión política y de mundo era más cercana a la de Peña Nieto que a la de cualquiera de sus antecesores. Ahora que la capital y el país comparten gobierno, el espíritu político de la administración de la CDMX ha tenido que alinearse y por lo tanto se ha vuelto menos audaz y menos vanguardista. No es sorpresa que en las elecciones del año pasado la ciudad haya votado en contra del Presidente. Acostumbrados a que la jefatura de gobierno fuera un espacio de réplica ante el conservadurismo de la retórica ejecutiva, la ciudad castiga que ahora se haya vuelto un portavoz.

En el 2002, la ciudad de Seúl decidió desenturbar sus ríos y transformar su espacio urbano. En 2004, Boston culminó su transformación de carreteras en túneles, y de concreto en parques. Londres y París ahora contemplan proyectos ambiciosos para reducir los coches y aumentar las bicicletas y el transporte público. La Ciudad de México no puede quedarse atrás. Tanto en su política pública como en sus leyes, la ciudad debe construirse en torno a un proyecto que vislumbre el futuro que queremos vivir. Un futuro que se contraponga a la visión conservadora del Ejecutivo. Donde el gobierno federal quiere petróleo, la Ciudad tendría que generar un proyecto de energías renovables. Donde el ejecutivo crítica a los jóvenes, a las feministas, a los estudiantes, la Ciudad debería protegerlos e incentivarlos. Donde el ejecutivo ataca a los artistas e intelectuales, la Ciudad debería impulsarlos. Donde el gobierno federal quiere refinerías, la Ciudad debería construir parques y recuperar sus ríos y sus lagos. Donde el Ejecutivo quiere abrazos, la Ciudad debería generar una política audaz de seguridad pública...

¿Qué ciudad queremos ser? La ciudad con un proyecto claro de políticas públicas y leyes que acaben con las graves desigualdades, la corrupción y la inseguridad. La ciudad que piensa en grande. La ciudad que es excepción dentro de la región y sin embargo, ejemplo para el mundo. Si Morena quiere ganar las próximas elecciones presidenciales tendrá que recuperar el voto de la CDMX; y para ello necesita construir un proyecto de políticas públicas e iniciativas de leyes que respondan al ADN de la capital.  

Analista político


Google News

TEMAS RELACIONADOS