Al llegar a Irán un señor se me acerca para indicarme que debo comprar un seguro médico y una visa. Acto seguido, me guía hacia una pequeña oficina en la que algunos turistas esperan. No son muchos, 5 en total. Poca gente llega hasta aquí, desalentados más por la narrativa estadounidense que por cuestiones geográficas. El agente de migración me observa con un poco de sospecha. “¿Mexicano?” —me pregunta a pesar de tener mi pasaporte en su mano. Le confirmo. “¡México!” Grita con un excesivo entusiasmo. Me preocupo, sería muy frustrante venir hasta acá y que me negaran la entrada. Su siguiente ademán me tranquiliza. “Irán y México son hermanos” —me dice. “Trump nos odia”. El señor me regresa el pasaporte. “Bienvenido a Irán”.

La enemistad con Trump funciona como el aliciente de una hermandad insospechada. En esa hermandad, sin quererlo y muy a su pesar, Irán puede volverse una salvación para México. En noviembre del próximo año Trump se juega su reelección. En ese contexto, las constantes amenazas a México son parte de una retórica de campaña que le ha sido muy funcional. ¿Pero qué pasaría si tuviera que enfrentar una situación con un país que sí representa un riesgo para los intereses energéticos y económicos de su país? Por el momento, las negociaciones con el gobierno de AMLO han permitido un breve resquicio de aparente calma, pero la estabilidad de la relación pende de alfileres. Con la elección en puerta, es casi seguro que Trump volverá a atacar; al menos que esté distraído en un conflicto mucho más amenazante para los Estados Unidos...

Lo primero que impacta de Teherán es su normalidad. No hay duda de que es una ciudad única, pero a primera vista no hay nada que parezca insinuar esa imagen de epicentro del “mal” que se ha intentado propagar. Al contrario, la gente es amable y, en los diferentes trayectos que hago, no veo una pobreza alarmante. Todo lo contrario, observo una ciudad con una clase media fuerte, infraestructura, orden e incluso algunos esbozos de modernidad. La Torre Milad se alza imponente contra las montañas, pero más impresionante aún es un puente-parque diseñado por estudiantes que atraviesa una de las vías más anchas de la ciudad. Desde ahí hay una vista imponente, entre vegetación y cafés, Teherán parece extrañamente familiar. Salvo por esa bandera. Una bandera negra gigante que ondea unos metros más adelante. “Es una bandera de luto por el martirio de Hussein. Estamos en el mes del Muharram y se recuerda la muerte del nieto del profeta, Imam del chiísmo.” me explica Alfonso Zegbe, embajador de México ante Irán.

La postura de Trump con Irán ha sido sumamente dura. No solo echó para atrás las negociaciones que inició Obama, sino que impuso sanciones económicas muy fuertes. Las sanciones, como siempre, acaban afectando a las poblaciones más que a los gobiernos. Acorralado por esta política y con una tradición de fortaleza interna, Irán ha decidido elevar el costo de las acciones de EU. No están indefensos. En los últimos meses han atacado embarcaciones comerciales que atraviesan el estratégico estrecho de Ormuz, y hace unas semanas se les acusó de haber disparado misiles contra instalaciones petroleras de su némesis regional: Arabia Saudita.

En cualquier caso Irán busca forzar una renegociación de las sanciones que están estrangulando su economía. El cálculo es arriesgado pero demuestra lo dispuestos que están a llevar la cuestión hasta sus últimas consecuencias. Calculan que Estados Unidos evitará un conflicto y que Arabia Saudita no está preparado para enfrentarlos por sí sola. Aunque todo esto parezca lejano, puede tener una incidencia para México; el conflicto con Irán aunado al proceso de impeachment por la presión de Trump al presidente ucraniano, pueden acaparar la atención del presidente de EU, liberando así, un poco de presión sobre México.

Al salir de Irán me quedo con la impresión de un país serio, sin improvisaciones. Un país con instituciones distintas a las de occidente, pero que ejercitan su accionar con mucho cuidado y precisión. En Teherán, Shiraz, Kashan e Isfahan, hombres y mujeres se acercan a hablar conmigo, me invitan a comer a sus casas y me cuentan de sus vidas. No soy ingenuo, sé que detrás de la amabilidad hay represión, sé que la normalidad esconde horrores e injusticia. Pero me voy con una percepción muy distinta de la que impera en occidente. Por un lado lo turístico, aunque no haya turistas: los jardines de Isfahan, las impresionantes ruinas de Persépolis, los mercados de alfombras de Shiraz, la comida callejera de Teherán. Por otro, me queda la sensación de una sociedad que en su conjunto es fuerte y solidaria. Una sociedad consciente de los problemas internos de su país, pero también de sus fortalezas. Un nuevo conflicto con Estados Unidos traería consecuencias negativas para esa población y al mismo tiempo podría dar alivio a la nuestra. Así de inclemente es la política. Así de triste y banal.


Analista político

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