En casi cualquier otro contexto, el triunfo de Joe Biden hubiera sido causa de desilusión y desesperanza. Pocos candidatos menos inspirados, pocos personajes públicos menos esperanzadores. Cada centímetro de Joe Biden pertenece al “establishment” norteamericano. No hay nada provocador en él, ninguna chispa de cambio, nada que sugiera un nuevo mundo. Al contrario, Joe Biden es el status quo.

Y sin embargo, el 2020 es tan raro, que en el contexto actual, el triunfo de Biden es causa de celebración y júbilo. Biden, el estereotipo del sistema, convertido en un símbolo de transformación y esperanza. Quizás más que el triunfo de Biden se celebra la derrota de Trump, y quizás también lo celebramos acaso porque en un mundo tan anormal, la intrascendencia del personaje nos da lo que más añoramos: la posibilidad de lo normal

Durante décadas, muchos han señalado que en EUA la división entre demócratas y republicanos es más bien ilusoria. La línea que los separa es tan delgada que en muchos momentos parece más simbólica que real. En el fondo, ambos partidos son expresiones de la derecha y del conservadurismo; sus querellas tienen más que ver con formas que con fondo, pues en realidad buscan camuflar el interés que comparten por salvaguardar el status quo norteamericano. Incluso en sus expresiones más feroces, lo que los norteamericanos llaman izquierda radical, sería considerada como derecha moderada en Europa y la mayor parte de América Latina.

La llegada de Trump a la escena política ha exacerbado la distancia retórica entre unos y otros, pero al hacerlo, de forma involuntaria ha cargado todo el tablero aún más hacia la derecha. Hace cuatro años, Bernie Sanders estuvo a punto de ganarle la nominación a Hillary Clinton, este año, su precandidatura fue menos competitiva porque Trump ha llevado el discurso más hacía la derecha y por lo tanto, para ajustar diferencias, los demócratas han tenido que elegir un candidato más cercano a ese discurso. La delgada brecha se mantiene, solo se mueve hacia el conservadurismo.

Para aquellos que quieren ir más allá de lo aparente, es obvio que la verdadera historia de esta elección es que confirma que el sistema electoral de EUA es inoperante. El país que se jacta de ser el ejemplo de democracia para el mundo tiene un sistema electoral en el que el candidato con más votos no necesariamente gana. No hay que olvidar que esta particularidad tan absurda es lo que permitió el triunfo de Trump hace cuatro años, y el de Bush hace 20.

Ante ello, alarma la incapacidad norteamericana de la autocrítica. En el fondo, el sistema les funciona porque les permite transformar la elección en un espectáculo mediático en el que se vale criticar todo menos al sistema mismo. Mientras que el mundo veía este espectáculo circense, los comentaristas del show insistían en que “este es el mejor sistema democrático del mundo”, más para convencerse a sí mismos o quizás para reiterar que en EUA los cimientos del establishment no se cuestionan por ningún motivo. Se puede discutir todo, armar mesas de expertos, hologramas que salgan del piso, pero jamás cuestionar al establishment.

El triunfo de Biden es quizás la mejor noticia que ha tenido este año; y sin embargo eso habla más mal del año, que bien de Biden. Su presencia traerá un poco más de cordura y de ilusión de normalidad en un mundo urgido de cualquier cosa que se asemeje a ello. Quizás ya estamos hartos de lo anormal, o de tener que aceptar nuevas normalidades, y por eso nos da esperanza ver al personaje político más normal que pudimos encontrar en la posición más poderosa del mundo.

@emiliolezama

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