“¿Quieres hacer reír a Dios? Cuéntale tus planes” o ¿cómo va el chiste? Algo así, el caso es que ahora mismo Dios está revolcándose de la risa y yo voy de regreso a Valencia, vía Madrid, tres días después de lo agendado. Un mes en México. En Navidades. No lo vuelvo a hacer en la vida jamás. Hay mejores épocas para visitar a familiares y amigos, de eso he quedado convencida. ¡Ah! No, pero también podría estar yo confinada en CDMX hasta dar negativo. Así están las cosas mientras a escribo estas líneas, tal es la paranoia el día de hoy ya que, no contenta con colarme en fiestas, me fuí una semana con la parentela a conocer la Riviera Maya.

Que si el cambio de aires hace bien, que si el mar relaja, que si el sol ayuda a fijar la vitamina D. Jaja. Llegué estresada, agotada, con la cabeza a punto de explotar y no por la resaca. Nos hospedamos en un hotel de esos que son exactamente lo contrario a íntimo y exclusivo, que bien pudo haber sido decorado por Prince (QEPD) con acentos púrpura y plata en alto contraste con la vegetación. Norteamericanos y canadienses huyendo del frío y la nieve, muy pocos compatriotas. Bum bum bum desde las ocho de la mañana sonando a todo volumen en las albercas y jacuzzis al aire libre, gente bailando, ligando, corriendo, bebiendo y la fiesta sin parar. Flora y fauna en extraña convivencia. Por ejemplo, todos los días alrededor de las once de la mañana, tres enormes iguanas tomaban el sol justo debajo de mi balcón ignorando el ajetreo; en las noches, una familia de mapaches checaba la acción. Y sí, anduve de incógnito con sombrero, gafa y mascarilla durante la estancia, tratando de evitar todo tipo de aglomeraciones con y a pesar de las muchas celebraciones con motivo del Año Nuevo. El twerking entre conocidos y desconocidos se practicó libremente todas las noches. Fui testigo de varios intercambios más que amistosos en la pista de baile y sus alrededores, parejas disparejas recién formadas que desaparecían y reaparecían media hora después a seguir con la fiesta. Nada nuevo, supongo, pero en definitiva algo que a mi edad no sucede con tal facilidad. Curiosamente la noche del 31, una DJ muy famosa -según esto- logró vaciar la pista en menos de 45 minutos por lo que ni tiempo me dió de ver y ser vista en tan importante ocasión. Eso sí, comí ceviche y tostadas de Marlin cada vez que se presentó la oportunidad y, mantuve un nivel muy sano de vitamina C con Bloody Marys mañaneros.

Hay un meme circulando por allí que dice: “Si en este momento usted no tiene amigos con covid, es porque usted no tiene amigos”. Tal cual. Triste pero cierto. Qué necia, lo sé. Tengo tres dosis de Moderna, la vacuna de la influenza y, como más o menos balanceado. Hago uso constante de mi botellita rellenable de gel. Por mí no ha quedado. Podría no salir de casa y hacer todo por zoom y entrega a domicilio, pero en días como hoy en que amanecí sin achaques, la nueva normalidad invita. Como experta que soy en cuestiones médicas, quisiera creer que covid y sus ramificaciones llegaron para quedarse y, así como el sarampión y otras enfermedades, la vacuna pasará a ser parte de los cuidados básicos necesarios de todo ser humano. La gran peste del siglo XXI irá perdiendo fuerza y se tratará como un mal resfriado de esos que se curan con descanso y paracetamol.

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