Por supuesto que ya nadie se acuerda y pocos se imaginaron que iba en serio, pero todo empezó con el año de la rata en el calendario chino, el 25 de enero de este 2020. En Hong Kong, donde estuve viviendo hasta hace muy poco, las vacaciones se extendieron y luego llegó el trabajo desde casa, las juntas por zoom, la sana distancia obligatoria. Restaurantes, gimnasios, lugares públicos que abren y cierran intermitentemente -igual que en todas partes del mundo- nada más que sin protestas. El uso de las mascarillas como responsabilidad social ha sido parte de la cultura local desde 2003, cuando el síndrome respiratorio agudo grave, por lo que sus variaciones, modelos y colores han sido acogidas con singular gusto. Yo en lo personal uso las de tipo quirúrgico y descubrí una tienda donde venden rojas, de leopardo y otros animales, de arcoíris, psicodélicas, todo tipo de diseños divertidos así que me surtí. Quien sabe que tal esté la variedad en el Viejo Mundo, a donde me mudo, después de diez años de singulares aventuras en Asia. Estos son tiempos raros, llenos de incertidumbre y altibajos emocionales en los que de cuando en cuando me entra la ansiedad. En esas ocasiones en que estoy a punto de darme de golpes contra la pared y, para evitar llegar a un grado de enajenamiento irreversible, me concentro en mi teléfono, la magia de las apps y sus distintas ofertas de distracción y entretenimiento: Instagram, Facebook, Twitter, las básicas, más de eso y me engento. Estando en esas, matando el tiempo, ¡pum! que aparece en mis sugerencias de amigos de Facebook: Rafa Sánchez, amigo de un amigo según ésto y a quien de entrada no reconocí. ¡Pero claro! vocalista de La Unión, famosos por el Lobo hombre en Paris, Donde estábais, y una rolita que me gustaba mucho y de pronto tocaba en la radio que se llama El San Francisco. ¿Coincidencia? O será que, como bien se sabe, las redes sociales nos leen la mente. Y como que no les quiero creer pero la evidencia me presenta lo contrario. Complots, teorías, conspiraciones obscuras y demás, el punto es la oportunidad de poder llegar a España conociendo a alguien quien, para beneficio de sus fans ha madurado muy bien. No tiene panza, tiene pelo y yo encantada de que me saque a pasear o que me presente a un amigo y salimos los tres por cañas y tapas, un jugo energético, café orgánico, el chiste es la compañía. Cincuenteando desde hace rato, ambos nos vemos bien para nuestra edad. Aún así, la idea de aparecer de la nada aunque sea por Facebook y preguntarle a alguien si quiere ser mi amigo me incomoda un poco. Técnicamente, Rafa y yo nos conocimos en los ochentas, cuando entrevisté al grupo para Vértigo. Luego, a principios de siglo, fui a un concierto en Reforma, junto al Auditorio, y canté, bailé y aplaudí mucho, pero no lo saludé, no venía al caso. Hoy, 15 o no sé cuántos años después, menos me atravería a hacerlo. Y es aquí donde me entra la duda, la curiosidad y me pregunto: ¿Qué es lo peor que puede pasar? Si me ignora no me voy a ofender, si me acepta, habrá uno menos en la lista de sugerencias, y uno más que felicitar por su cumpleaños. De igual manera, Rafa puede tener amigos de amigos que conozcan a los míos y entre todos jugaremos seis grados de separación. Estaría divertidísimo. Fuera vergüenza, timidez e introversión y a aprovechar que en estos tiempos modernos las amistades son cibernéticas y las posibilidades infinitas.

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