Jaime Labastida, nacido en Los Mochis, Sinaloa, México, es un poeta de obsesiones diversas; en su poesía sobresalen la vida, la muerte, los sueños, Dios y el amor. Trata la palabra como fuente de profundas perturbaciones, y prefiere no evadirse, habla de poesía desde siempre, como de un viaje sin retorno. “¿De dónde nace, pregunto, la poesía?, ¿acaso del silencio, del silencio profundo de la muerte, del estupor tardío que provoca el silencio de los astros…? Y rápido pone pie en las palabras como supremo misterio de la vida. “Si las palabras vivieran un poco más de un día... La vida, sin duda, sería otra.” “¿Bastan las palabras para cumplir nuestros deseos?” Expone, y usted que es una persona de corazón helado querrá mirar al cielo, pero allí sólo encontrará el mensaje de que: “Eres polvo tan sólo, un polvo triste que se pone de pie por unas horas”, que “grita su desgracia de sentencias azules.” Y nos señala que somos sólo flores marchitas en un florero sin historia.

La poesía de Jaime Labastida, es un legado. No es posible reducirla a un concepto que no sea el de la búsqueda constante. Cada voz es un momento del día, una búsqueda subversiva del hecho cultural que somos como seres humanos y que no es fácil explicar. Una estética de lo imposible. “Soy sólo un animal hecho todo de preguntas”, expresa el poeta que no se engaña. ¿Cómo se lleva usted con los dioses? Labastida los acosa con preguntas muy claras: “¿Quién habla con razón, oh dioses? El mundo, ¿está bien hecho?” Sólo el amor no es pregunta, sino respuesta: “Somos materia que se desvanece, salvo para el amor. Para el amor sí somos necesarios.”, y pone destinataria, “no hay montaña ni crepúsculo alguno que posea la gracia de las manos de esta mujer, la mujer que yo amo.” El poeta convive con sus versos: “Lloro lágrimas de tierra” a la vista de todos; porque como dice Luis García Montero, “el poema es un espacio público”, donde es posible compartir deseos, sueños, imprecaciones, y el profundo sentimiento de estar en una época en la quizá, no nos corresponda. “Qué se puede construir en las manos del viento.” Si el que nos ilumina es “un sol casi en los huesos.” “¿Somos en verdad animales políticos, animales tan breves que vivimos sólo un día en ciudades donde imperan la violencia y el crimen?” Y para nuestra desgracia, todas esas ciudades tienen nombre. Tal vez por eso la pregunta es infinita y quiere saber: “¿Todo se pudre cuando se altera el orden y se olvidan las leyes y el derecho se tuerce?” y claro, existe una respuesta que todos deberíamos proferir.

Labastida escribe desde sus verdades. Por eso su poesía es una lenta ráfaga de voces, un espejismo hiriente, preguntas inquietantes cuyas respuestas yacen soterradas en la historia de cada quien. En “el inútil, el imposible, pero hermoso y terrible anhelo de vivir”, y reconoce el arduo trasiego para “encontrar las imposibles razones de la vida”, donde todos los caminos llevan hacia espejismos donde “sólo tiene vida la muerte”. Hay un espacio donde el poeta permanece inmóvil, tal vez exánime, y es entonces cuando nos señala que “es imposible vivir si la belleza”, y nos pone ante una perspectiva vital, cuando expresa: “El amor, esa palabra sucia y dura, esa voz que nos levanta desde el fango y nos siembra a nosotros, siempre inválidos, alas imaginarias en el centro mismo del cerebro.” Entonces, sólo la belleza y la voz del amor pueden mantener nuestro equilibrio. ¿De acuerdo? Ya me contarán.

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