La piel insomne, libro de cuentos de Mauricio Montiel Figueiras, publicado por Almadía en la Ciudad de México, en abril de 2020, es un salto al vacío donde el autor se atreve a vestir una sombra muy espesa. “¿Para qué reescribir? ¿Para qué enfrentarnos y luchar con ese que fuimos en una etapa anterior…?” Se pregunta, para luego reconocer que el reto es lo más estimulante y que se trata de textos que antes fueron publicados en alguna parte. Por supuesto, es un libro completamente solvente en que queda claro que el autor, nacido en Guadalajara, México, imagina historias irrepetibles en la literatura mexicana. Hay un reconocimiento a Ridley Scott, director de Blade Runner, donde deja patente el afecto que se le puede tener a un creador de personajes.

La mayoría de los cuentos suceden en espacios cerrados: casas, hoteles, edificios, bares, el mismo cuerpo envuelto en esa piel insomne que lo sabe todo. Es una literatura de obsesiones, densa, tejida de momentos de soledad en que los mejores deseos no se cumplen porque despiden “un tufo a tiempo podrido”, parecido a ciertos días que trajo la pandemia que padecemos actualmente. Los personajes: niños, mujeres y hombres entran y salen de una foto en que ellos son los fotógrafos. Pueden ver a unas niñas que descubren una fuerza especial en sus cuerpos observando adultos besarse, acariciarse y algo más. Son internas y advierten que “toda escuela antigua tiene secretos que es mejor no averiguar.” Encontrarán un coleccionista de caracoles, una niña que descubre un túnel y unos jovencitos que se divierten en un cementerio que visitan al anochecer, un lugar donde “el aire era tan azul… tan frío que podía ser exhalado por las pupilas.” Cada cuento es un universo personal al que muy pocos se atreven a volver. Se desarrollan justamente en el lugar donde los recuerdos nada tienen que ver con el paraíso. “Los bosques guardan secretos que ni los árboles más viejos conocen o imaginan,” y las veredas son encrucijadas.

Hay textos perfectos, como “Cita en el cuarto 345”, un cuento negro donde una joven mujer de pelo negro y ojos azules se enfrenta a la evidencia de que sólo se vive una vez. Mauricio recrea una ciudad, París, una calle, un hotel, un bar, un deseo, un elevador, una habitación y una lluvia que se convierten en parte del destino de Virginie. Con mano seguro consigue ligar atmósferas clave para conseguir un final inolvidable. Usted descubrirá un cuento donde nos enteramos de las dificultades de los músicos de jazz de principios del siglo pasado, cuando se lanzaban 300 discos y era impensable que se agotaran. Cita varios músicos significativos. Todos animales nocturnos apostando su resto a que amanecen el día siguiente. Tragos dobles. Se percibe un aliento que es sonido, música; voces que son canciones, historias de hombres que viven una noche eterna. Los lugares donde los cuentos transcurren no tienen nombre; sin embargo, Mauricio desliza indicios y uno puede llamar a esos pueblos como le dé la gana. Algunos personajes femeninos son joyas invaluables, como Diana, de “Nocturno para cazadores”, que con un poco más de amor a sí misma consigue superar una prueba que parecía imposible. No quiero imaginar lo que usted pensará cuando lea el cuento del espejo y lo que allí aparece. Desde luego, el cine tiene un lugar notable. Leerá una “Carta a Harvey Keitel”, actor de Perros de reserva, donde el remitente le cuenta cómo la vida y la ficción son medias hermanas. Feliz 2021.

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