La toma del Capitolio, sede del poder legislativo federal de los Estados Unidos, es el tema que conmocionó al mundo entero. Hemos leído numerosas narraciones sobre el acontecimiento y me parece importante comprender por qué quienes ingresaron el miércoles 6 de enero están convencidos que estaban inspirados por los más profundos sentimientos patrióticos y de defensa de los valores políticos e históricos definidos por los Padres Fundadores de la Unión Americana en 1776. Resulta más compleja la nutrida presencia de veteranos de guerra, policías y bomberos, algunos de los cuáles asistieron con uniforme de su institución. Llama poderosamente la atención el poco entusiasmo de la policía para evitar la toma del Capitolio, e incluso trascendió que rechazaron el apoyo ofrecido por el Pentágono para reforzar la defensa del edificio. Más llamativo son las fotografías que muestran a policías y manifestantes posando para selfies. Distintos grupos de activistas han puesto en evidencia la disparidad de criterios de las fuerzas de seguridad que fueron muy represivas contra grupos que luchan contra la discriminación racial, por ejemplo, y la actitud tibia frente a quienes tomaron el Capitolio e interrumpieron la Sesión Solemne donde debía proclamarse los resultados del proceso de elección presidencial en los Estados Unidos, un país considerado modelo como sistema presidencialista.

Trataré de hacer una lectura desde la antropología política de los acontecimientos. Muchos especialistas están al tanto del desarrollo del Apartheid sudafricano, un modelo de estado segregado que no otorgaba la ciudadanía a la población africana, dándole derechos diferenciales a la población de origen india y derechos plenos de ciudadanía a la población de origen europeo. Una lectura similar debemos tener para entender el conflicto socio-político racial y religioso que estamos observando.

El 4 de julio de 1776 se proclamó la independencia de las 13 Colonias de Su Majestad inglesa y el 12 de junio la Constitución de Virginia dictó una constitución que planteaba los derechos humanos modernos: el Pueblo de Virginia tenía derecho a la vida, la libertad, a la propiedad, libertad de prensa y de religión, igualdad ante la ley, división de poderes, juicio por jurados, un conjunto de derechos garantizados para la población blanca. Los afroamericanos eran esclavos y no tenían derechos, asimismo las mujeres, cualquiera fuera su condición no tenían derechos políticos. La población afro estadounidense recién tendría el derecho al voto en 1868 por la 14ª Enmienda a la Constitución, después de la derrota militar de los estados del Sur, quienes habían organizado la Confederación de Estados Americanos, cuyo vicepresidente Alexander Sthephens dijo que la Piedra Angular del nuevo gobierno: “era la gran verdad de que el negro no es igual al hombre blanco, esta esclavitud, subordinación a una raza superior, es su natural y normal condición. Nuestro nuevo Gobierno es el primero, en la historia del mundo, basado sobre esta gran verdad física, filosófica y moral”.

La igualdad de derechos tardó más tiempo en llegar al Sur y fue resultado de un conjunto de movilizaciones políticas de la población afroamericana y grupos solidarios de la población blanca. Estas movilizaciones tuvieron lugar entre 1956 y 1968, dando lugar a intensas movilizaciones, uno de cuyos exponentes fue el pastor bautista Martin Luther King quien impulsó la no-violencia como estrategia para la obtención de los derechos humanos y civiles. Los derechos políticos de la población afro fueron sistemáticamente saboteados con diferentes mecanismos, lo más notable fueron las dificultades para que esta población ejerciera el voto en los procesos electorales.

La población indígena americana, conocida como native americans, fue considerada prisionera de guerra de los Estados Unidos hasta 1912 y obtuvo derecho a la ciudadanía por la Ley de ciudadanía india de 1924 (Ley Snyder). Si bien la 14ª Enmienda de 1868 definió como ciudadanos a cualquier persona nacida en los Estados Unidos y sujeta a su jurisdicción, los tribunales interpretaron que no aplicaba a los pueblos indígenas.

Estos criterios de una sociedad estamental, segregada y estratificada si bien fueron supuestamente eliminadas del sistema legal, persisten en amplios sectores de la compleja sociedad estadounidense. La segregación llegaba también al interior de las mismas iglesias. Esto se complica con la cuestión religiosa, los Padres Fundadores de 1776 eran protestantes y aborrecían a los católicos, a quienes llamaban “papistas”. Los Estados Unidos se fundaron sobre la base del Destino Manifiesto, según el cual este país tiene una misión asignada por Dios en la Tierra. El país sería un espacio fundado por los blancos, anglosajones y protestantes (WASP por sus siglas en inglés).

En esta perspectiva los católicos son considerados ciudadanos de segunda, el primer presidente católico J.K Kennedy fue asesinado a la mitad de su primer mandato. El segundo presidente católico sería Biden, quien llega respaldado por los afroamericanos (Kamala Harris, su vicepresidente se define así), los judíos progresistas, los musulmanes, asiáticos y los liberales proaborto y matrimonio igualitario quienes cuestionan la interpretación bíblica como fuente de inspiración para el modo de vida americano propuesto por los fundamentalistas protestantes.

Esta percepción del frente político del Partido Demócrata que triunfó en las últimas elecciones llevó a que los supremacistas blancos (los “patriotas”), quienes se consideran herederos de los Padres fundadores de 1776, a exigir la anulación del proceso democrático de elección presidencial. Su cultura racista, discriminatoria y segregacionista le impide reconocer las reglas de juego del actual sistema político, quedando anclados en 1861 cuando había esclavitud en los Estados Unidos y este era un país gobernado por blancos y protestantes.

Doctor en Antropología.  
Profesor Investigador Emérito – ENAH-INAH 

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