Los medios han puesto de moda el concepto de polarización, que llevaría a la fragmentación de nuestras sociedades. Parten de una premisa: el estado natural de la sociedad sería un pasado armónico y sin conflictos. Proponen una utopía histórica que nunca existió. La polarización social y política siempre estuvo y se hace evidente porque los actores no construyen pactos estructurales que expresen nuevos consensos.

Los estados latinoamericanos sufrieron una profunda reestructuración en la década de los 80 del siglo pasado. Agobiados por las deudas y sin capacidad siquiera para pagar los intereses de la deuda externa, aceptaron una reestructuración de la deuda que articuló las distintas economías nacionales a una distribución internacional del trabajo que implicaba deponer intereses locales en función de los mandatos del mercado: los famosos memorándums del Fondo Monetario Internacional (FMI) . Estas medidas fueron bautizadas como el Plan Brady, por Nicholas Brady, secretario del Tesoro de los Estados Unidos .

La mundialización de los mercados nacionales agudizó las diferencias sociales y empobreció a las mayorías, incluso a empresarios; a la vez que enriquecía a quienes podían articularse con eficiencia a las nuevas condiciones. Esta situación llevó a la polarización existente en las sociedades mundiales.

El año de 2019 mostró el agotamiento de estas propuestas: en octubre y noviembre hubo protestas sociales en Chile, Ecuador, Colombia y otros países que anularon las nuevas medidas económicas (alza de impuestos o servicios públicos) que contribuirían al pago de la deuda. Esta crisis fue el contexto de la derrota de Donald Trump en Estados Unidos, y la encíclica Fratelli Tutti por el papa Francisco y las elecciones en Bolivia , Perú , Chile y Honduras .

Las elecciones en Honduras son muy importantes pues los resultados muestran cómo la sociedad rechaza la violencia política y los golpes de estado. Recordemos aquel 28 de junio de 2009 en que Manuel Zelaya fue derrocado por los militares: ahora su esposa (Xiomara Castro) fue elegida por amplia mayoría. ¿Cuánto ganaríamos si se hubiera respetado la voluntad popular?

La encíclica polarizó a las fuerzas eclesiales. Los conservadores católicos y evangélicos hacen énfasis en cuestiones de moral sexual y familiar, mientras que los sectores progresistas de estas corrientes priorizan la situación de los pobres y los desamparados del Sistema. Francisco avanzó en la polarización de la Iglesia Católica, se confrontó con los sectores conservadores y decretó la Sinodalidad de la Iglesia, la declaró en “estado de asamblea” y llamo a feligreses, laicos comprometidos, religiosas y religiosos a discutir el futuro de la institución, golpeada por la disminución de los feligreses y el abandono de los ritos claves de la Iglesia Católica: Bautizos, casamientos y vocaciones religiosas.

Los conservadores prefieren mantenerse a la “cabeza del cascarón” y esperan tiempos mejores. Francisco y los renovadores no son optimistas y saben que los evangélicos les “pisan los talones”. Pero también tienen sus motivos para aliarse con los evangélicos, pues en la juventud del continente alrededor del 25% se declaran no creyentes. Eso no sería problema pues confían en que cuando los jóvenes maduren, vean los problemas de la vida adulta volverán al redil.

Lo más complicado para las iglesias tradicionales son las nuevas formas de espiritualidad que se desarrollaron entre los adolescentes, jóvenes y adultos millennials: diferentes tipos de creencias que se mantienen fuera, al margen y a pesar de las iglesias. Son entre el 45% y 50% de las nuevas generaciones. Las iglesias tradicionales son desdeñadas por los “sobrevivientes de la pandemia”, que estuvieron en cuarentena durante los momentos mas difíciles, pero que ahora están interesados en surgir y encontrar donde aplicar las nuevas espiritualidades construidas en las largas horas, días y meses del “encierro”. La cuarentena implicó también el duelo inconcluso por la muerte de amigos, parientes, personajes sociales de renombre que en muchos casos eran referentes identitarios para muchos, más el fracaso de líderes espirituales que no supieron o no quisieron comprender los “nuevos tiempos”.

La pandemia también exacerbó el individualismo, el egoísmo y lo peor de la miseria humana que se expresa en los movimientos antivacunas y el fortalecimiento de las opciones de ultraderecha. En pocos días habrá elecciones en Chile para elegir presidente de la república en “segunda vuelta”. Los contrincantes marcan los dos extremos de Chile, un neonazi (J. A. Kast) contra un joven de extrema izquierda (G. Boric). Un caso más de polarización producto de la moda electoral de la segunda mitad del siglo pasado. Atomizar en la primera vuelta y elegir “el menos peor”, que se suponía sería el moderado en la siguiente; dejando de lado al “más peor”. Perú y Ecuador serían ejemplos recientes del fracaso de esta estrategia de construcción de consensos. Se complica aún más con la ruptura de las reglas de convivencia democrática. El futuro perdedor descalifica el proceso por anticipado, no reconociendo una hipotética derrota. Los pastores de almas consideran que sus dificultades para convertir a los jóvenes no son resultados de sus malos ejemplos e incapacidades y exclaman que los jóvenes están endemoniados.

Los seres humanos tenemos una naturaleza compleja, la única forma de resolver las polarizaciones no es negándolas sino asumiendo los conflictos, diferencias e intereses, tratando de aportar a una mejor convivencia, donde lo diverso sea visto como legítimo y al reconocerlo nos enriquecemos todos.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.

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