La prensa internacional recordó el aniversario del 6 de enero de 2021, cuando más de 2,500 seguidores del derrotado candidato presidencial Donald Trump asaltaron e intentaron interrumpir el proceso de validación de las elecciones federales en el Congreso de los Estados Unidos . Fueron escenas insólitas que nunca olvidaremos, el Chamán Q-Anom , con su casco de cuernos, rememorando a los vikingos; un personaje en la oficina de Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes tomándose selfies con los pies arriba del escritorio y llevándose papelería de recuerdo. Otro manifestante, más programático, ingresó al edificio enarbolando la bandera de la Confederación, la opción esclavista derrotada en el siglo XIX.

En un par de horas se desmoronó la imagen de la “Gran Nación” postulada como modelo de sociedad democrática y de integración racial, el Gran Crisol . Punto de partida y de referencia para los demás países, calificados como democracias “imperfectas”. El primer aniversario de tan increíble acontecimiento lo único que logró fue confirmar las sospechas de que la crisis política está instalada y que es una cuestión estructural. Cada vez más se habla de la inminencia de una guerra civil y en esa tesitura, se han incrementado notablemente la compra de armas de asalto y de gruesos calibres.

Es importante recordar que los Estados Unidos de América se configuraron sobre la base de la insurrección de colonos pertenecientes a diversas religiones de origen protestante, que tenían en común además ser anglosajones y blancos (WASP en inglés). Los afroamericanos no se enteraron de la “grandeza de la Nación” pues siguieron como esclavos 90 años más, y aún ahora reclaman la violación sistémica a sus derechos. El Movimiento Black Lives Mater exige lo elemental, el derecho a la vida. Los native americans, descendientes de los primeros pobladores eran considerados “prisioneros de guerra” y recién obtuvieron derechos ciudadanos en 1924, ciento cincuenta años después de 1775, cuando los WASPs proclamaron una de las mejores cartas de derechos ciudadanos, pero sólo para los blancos.

Durante la mayor parte de la historia de los Estados Unidos los WASP fueron alrededor del 80% del total de la población, pero en los últimos 50 años esta tendencia está cambiando, en el Censo de 2020 son el 56% y con una baja tasa de crecimiento demográfico seguirán disminuyendo. Los latinos son la minoría que más crece y de ellos dos tercios (38 millones) son mexicanos. Los afros también están creciendo y los asiáticos tienen un papel pequeño, (6%) pero significativo y creciente.

La Gran Nación está cambiando de “color” y las minorías cobran conciencia de su fortaleza y exigen algo elemental, tener ahora sí, y “de a de veras”, los mismos derechos de los WASPs. En esta perspectiva se coaligan los blancos no protestantes, en su mayoría católicos, (como Biden , el segundo presidente de esta fe, después del asesinado Kennedy), los judíos progresistas, que son los dos tercios de esta creencia; los musulmanes, más la inmensa mayoría de los afroamericanos y de los asiáticos. En la cultura norteamericana, fundada por los WASPs predomina el racismo estructural, un pacto social, según el cual, las minorías aceptan sin reclamo el predominio “blanco”, basado en una ética protestante que surge de la Doctrina del Destino Manifiesto, los norteamericanos son una “Nación elegida por Dios” para ordenar “este Mundo”.

Las religiones están en crisis, prácticamente el 25% de la población plantea que no le interesa lo religioso, que no son creyentes o agnósticos. La mitad de la población rechaza la idea de la hegemonía WASP sobre los Estados Unidos, cuestiona el racismo estructural y considera “que no es un problema” que su país deje de ser hegemonizado por los blancos. Otro aspecto estructural son los derechos que reclaman las mujeres y las minorías LGTTBQ . Un aspecto poco analizado es el papel del machismo en la sociedad norteamericana y el rol del futbol americano, el beisbol y el basquetbol en la construcción de la identidad nacional. Los “héroes deportivos” son casi exclusivamente hombres y “blancos”. La consolidación de iglesias incluyentes que aceptan las minorías sexuales son un drama para las iglesias protestantes conservadores que se erigieron en su momento como garantes de la identidad nacional y el Pacto fundacional del país, que aspira a seguir siendo la potencia hegemónica.

Curiosamente un católico de presidente y una mujer afro (y bautista) de vicepresidenta son la imagen de la derrota de los WASPs y la reformulación del bloque hegemónico en ese país. Mientras tanto los “blancos” siguen comprando armas de grueso calibre. Probablemente la cuestión se resuelva y las distintas expresiones sociales lleguen a un nuevo consenso nacional, de lo contrario, el Fantasma del Fin de la antigua Yugoslavia rondará sobre la otrora “Gran Nación”.

Doctor en Antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.

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