Los ministros de culto (sacerdotes, pastores y personal consagrado) son vistos como modelos de referencia en materia de comportamientos morales y éticos. Esta percepción se extiende a los hijos de los pastores y puede incluir por extensión, a los egresados de escuelas religiosas. En estos contextos diversos, multiculturales y plurirreligiosos la legitimidad institucional está íntimamente relacionada con el comportamiento de su personal, estudiantes y feligreses.

Es evidente también que las responsabilidades de los comportamientos están relacionadas con cada uno de sus integrantes y que cada quien, en su momento debe asumir las responsabilidades correspondientes, aunque las instituciones están siempre preocupadas por mantener su prestigio institucional. La pérdida de prestigio incide en la credibilidad institucional y es incluso objeto de medición sistemática. Muchas encuestas están dedicadas a conocer el grado de respetabilidad de las instituciones.

En este contexto, el comportamiento de los religiosos está muy relacionado con la cultura ideal que propone la institución respectiva, los antropólogos hacemos énfasis en la discordancia entre la cultura ideal, lo que “se debe hacer”, y la cultura ideal, “lo que se hace”. Los abogados defienden y exigen el cumplimiento de la ley, cultura ideal, a la vez que deben defender (y justificar) la conducta de sus clientes. El peor de los delincuentes tiene derecho a la “legítima defensa” en un juicio, explicaría cualquier abogado.

En el caso de los religiosos la cuestión es más complicada, por una parte, deben saber escuchar, consolar y reconciliar a sus confesantes con su conciencia y con sus semejantes, tarea a veces nada sencilla, pues en muchos casos la conducta de sus feligreses puede llegar a ser altamente reprobable, pero en la inmensa mayoría de los casos los comportamientos reprobables de sus confesantes involucran a un círculo reducido a quienes conocen a la persona cuestionada.

El asunto se complica cuando quien tiene el problema es un religioso, pues en estos casos la tensión está definida por la necesidad de que el comportamiento coincida con la cultura ideal que propone la institución religiosa. Los grados de coincidencia están definidos por los niveles de involucramiento de las personas cuestionadas en la estructura organizacional, para decirlo de otra manera, no es lo mismo un feligrés del montón, un laico comprometido, un párroco, que un obispo: Un obispo en el mundo católico es sucesor de los Apóstoles, y designado por el Papa por inspiración del Espíritu Santo.

El comportamiento de un obispo compromete toda la estructura simbólica del sistema religioso, pues el Sumo Pontífice no habría sabido escudriñar el mensaje del Espíritu Santo. Esto es muy importante pues de acuerdo al Derecho Pontificio es el Espíritu Santo, quien inspira a los cardenales en el Cónclave para designar el nuevo Papa. Está “sobre la mesa” la legitimidad del sistema. En los últimos 30 años las redes sociales y la globalización de la información han cuestionado radicalmente los “secretos” institucionales y cada vez más las organizaciones religiosas aparecen envueltas en escándalos que cuestionan su legitimidad.

Un escándalo se refiere a situaciones y procesos que incluyen acusaciones de “proceder incorrecto, degradación o inmoralidad”. Muchas veces las instituciones religiosas tratan de evitar los escándalos y terminan envueltas en dos escándalos, el original y el subsecuente de la autoridad institucional que trata de ocultar la situación y termina revictimizando a la víctima, a la vez que pierde credibilidad por no asumir en forma adecuada y pertinente el comportamiento violatorio de las normas institucionales, quedando atrapada en la hipocresía: “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”. Estas situaciones generan altos niveles de desconfianza en las instituciones, particularmente las religiosas.

La Iglesia Católica maneja en su sistema jurídico el concepto de escándalo y de “odio del pueblo”, criterios altamente subjetivos y que la han llevado a situaciones complicadas y bochornosas que terminaron afectando su credibilidad. El Papa Francisco ha tratado de cortar estas situaciones creando comisiones que apuntan a que las víctimas se sientan respaldadas y denuncien a quienes no actúan en forma responsable y de acuerdo a lo que predican. Estas decisiones han llevado a que las estructuras burocráticas de esta milenaria institución se sientan muy cuestionadas, pues precisamente gran parte de su poder está relacionado con un esquema de complicidades.

Sólo nos queda recordar que el Fundador planteó que “La verdad nos hará libres”.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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