Los tiempos que vivimos son de carencia democrática y deterioro político. La clase política oficial no ha mejorado con la llamada transformación, ni la clase política en la oposición ha entendido su papel como contra peso de la nueva hegemonía que se construye desde 2018.
Las falacias son el pan nuestro de cada día, desde las conferencias de todos las mañanas, realizadas en el salón de tesorería del Palacio Nacional o en alguna gira de propaganda por los estados. Sin embargo, el monopolio de éstas -al igual de la culpa del deterioro democrático- no es exclusivo del oficialismo o los gobiernos que han emanado de un supuesto movimiento popular que se compone de una gran mayoría de viejos políticos que no han cambiado sus formas y costumbres.
La responsabilidad de que la democracia en México ya no sea un destino de corto o mediano plazo para nosotros es compartida en gran medida por la oposición partidista, específicamente sus dirigencias, y las vanas esperanzas a las que se aferran cada vez que ocurre un nuevo escándalo o una nueva falsedad de parte del gobierno.
La más nueva y, quizá, reveladora de estas situaciones se ha dado con el escalamiento de las acciones por parte del gobierno trumpista, el cual tiene más poder que nunca, y las expectativas que ha despertado entre ellos.
Pareciera ser que, siguiendo alguna forma de pensamiento mágico, la oposición partidista cree que las revelaciones hechas por el gobierno de Estados Unidos sobre la colusión, complicidad y compadrazgo de un gran sector de MORENA, tanto puros como adoptados, se transformará de alguna forma en un parteaguas en el que México virará en contra de los guinda y se retornará al país que fuimos entre 2000 y 2018. Tampoco se ve que una intervención militar directa del vecino del norte vaya a generar un movimiento popular en contra del régimen.
Esta forma de pensar no solo es ingenua sino peligrosa y profundamente irresponsable. Al poner sus huevos en una sola canasta imaginaria, la oposición renuncia a varias de las responsabilidades que significa ser demócrata y opositor, al tiempo que se ignora lo que significa hacer política.
Pensar que una intervención estadounidense generará una democracia nacional es ignorar sucesos internacionales que aún se desarrollan, como Afganistán, y la historia de dichas intervenciones por parte de nuestros vecinos del norte. No se puede pensar que restaurar la democracia en México es lo que los mueve. Los intereses estratégicos van primero.
Esta revela muchas cosas de la oposición, algunas que le dan cierta razón a las criticas oficialistas, incluso. Para empezar, se muestra la falta de una narrativa coherente, permanente y mítica para poder incidir en el imaginario colectivo. Se apuesta en el efectismo espectacular de los hechos diarios y no en la creación de un discurso político que encierre un verdadero objetivo como nación y como movimiento político.
Un día se habla de Trump, al siguiente del viaje de Andy, antes de #DatoProtegido y aún antes del desmantelamiento de la democracia electoral y del fin de la transición democrática. En lugar de construir una narrativa alterna y trabajar en el terreno para difundirla se han transformados en entusiastas generadores de memes de coyuntura. La dinámica de la saturación, seguida con fidelidad.
La narrativa de la oposición se ha tornado adicta al meme de la semana, el escándalo del día o la nota de color del mes. Ante los innumerables hechos reprobables, corruptos y profundamente autoritarios del oficialismo su atención se quebranta y dispersa. Tratando de hacer una supuesta defensa de temas fundamentales, la fuerza narrativa de pulveriza, se pierde por completo en un mar de hechos que tiene innumerables olas distractoras.
Es cierto que siempre es más difícil construir una narrativa coherente y coordinada para los demócratas, al contrario de los autoritarios que pueden mentir sin preocupaciones éticas. Pero justamente eso es lo que pierden de vista el PAN y el PRI desde hace años: lo que se vive es la consecuencia de la construcción mítica, falaz, caudillista y populista de un hombre al que, igual que Chamberlain en su momento, creían que dándole lo que pedía tras cada elección dejaría de ser un riesgo. Esto afectó al estado mexicano y dio fuerza al populismo.
La falta de un discurso a largo plazo no solo implica la ineptitud de las dirigencias (sea Marko Cortés, Alito Moreno, Zambrano o Romero) para construirlo y coordinarse para su seguimiento, sino también muestra una falta de oficio político a largo plazo, de visión y hasta de un proyecto de país.
Este fenómeno ha manchado las distintas etapas de la historia política de las últimas tres décadas y alimentó conflictos que han propiciado el desmantelamiento democrático que, a veces con lentitud y otras a la velocidad de la sumisión, han ido ocurriendo en los últimos siete años.
No importa si se trata de rechazar las mentiras lanzadas contra un INE autónomo, la importancia de la independencia del poder judicial, el brutal crecimiento de la deuda pública con fines electorales o la calumnia que sufren niños con cáncer, madres buscadoras o defensores de migrantes, por mencionar algunas aristas importantes, en todos los casos se ha fallado en comunicar y construir un discurso efectivo.
Las vanas esperanzas movían a Fox cuando buscó desaforar a López Obrador; al demostrarse que se hacían carruseles en bancos para hacer fraudes con la ayuda a damnificados; cuando se pensó que la pura coyuntura bastaba para ganar la mayoría legislativa en el 2021 y para tapar las pifias del proceso de selección y campaña de la candidatura opositora en 2024.
El interés grupal o personal de las dirigencias opositoras también ha contribuido a la debacle político-narrativa de sus partidos y que, a pesar del desastre transformacionista, una gran parte de la gente prefiera votar por la hegemonía guinda.
Quizá el caso más grave de esto es la incapacidad narrativa electoral, derivada de su falta de una épica, una visión y un programa que ofrecer al electorado. Las consecuencias de esto las hemos visto con la reforma/elección judicial y el desparpajo con el que se muestra la corrupción de la catual mafia del poder.
Derivado de que sus dirigentes creen que los partidos opositores son una empresa a la cual deben sacar el mayor provecho, en lugar de ser el vehículo para la lucha democrática que deberían ser, se genera una profunda falta de interés por conectar con la realidad, con la sociedad y se cede el espacio al poder populista.
La democracia es acción y es para personas adultas que aceptan la lucha política, los reveses y pueden reaccionar y aprender. Mientras la oposición se comporte como un adolescente necio, encerrado en su cuarto sin contacto con el exterior y que vive de sus propias fantasías no se podrá reconstruir la democracia que apenas se estaba estableciendo en México.
De vanas esperanzas no vive el hombre, ni la democracia.
#InterpretePolítico
@HigueraB






