La violencia es el último refugio del incompetente.
Isaac Asimov

El tono y contenido de los discursos de los diversos partidos políticos ha variado al acercarnos al cierre de las campañas electorales. Y es que, aunque la ausencia de propuestas serias y diferenciadas se ha mantenido desde su comienzo, nos acercamos cada vez más a narrativas de tierra quemada que eliminan el juego democrático y lo sustituyen por los absolutos.

Que las encuestas y preferencias electorales han ido transformándose es un fenómeno constante en casi todas las campañas electorales de las últimas dos décadas. Es cierto que en la actualidad se conservan tendencias, como la que muestra que MORENA mantendrá poco más de mitad de las gubernaturas o que señalan un 42% de triunfos en la cámara de diputados, pero sin afianzar el carro completo guinda que ocurrió en 2018. Lo que ha repercutido en la narrativa tanto del partido como del ejecutivo federal sobre el fraude/golpe que se prepara desde la oposición y un sector del estado mexicano.

Por otra parte, los aparentes avances en diversas plazas por parte de la oposición los ha llevado a establecer su propia narrativa absolutista en la que buscan magnificar sus logros, mientras acusan de dictador al presidente, sin medias tintas, con lo que entran, aparentemente sin darse cuenta, en el juego planteado desde Palacio Nacional.

La conciliación entre ambos grupos se antoja casi imposible, en especial porque nos encontramos sumergidos en un contexto de violencia generalizada en el que casi diario sabemos de comunidades que secuestran, fingen ejecutar o presionan de forma no institucional a candidatos de todos los partidos y los incidentes violentos que son solo la superficie de casi 400 agresiones, incluidos varias decenas de asesinatos, los cuales confirman que la contienda electoral se desarrolla durante el sexenio más violento que se tenga registro.

De igual forma, desde redes sociales destacados defensores de la llamada 4T, como el ibérico Abraham Mendieta, proponen e impulsan la formación de “brigadas para la defensa del voto”. Un llamado que sólo deja pensar o que el importado apoyo de la metrópoli española no sabe nada de nuestro sistema electoral o que se está pensando ejercer una ilegal presión sobre los funcionarios de casilla -ciudadanos elegidos al azar-.

Finalmente, se encuentra el azuzamiento desde el poder en contra de los partidos y candidatos opositores, así como de las instituciones electorales, que incluye el desdén por el estado de derecho, la ley y la constitución.

Ahora bien, con este panorama negro, parece casi seguro que en añadidura al siempre presente proceso de judicialización de cada elección federal, tenemos una muy palpable posibilidad de encontrarnos con escenarios de violencia que amenacen los diversos procesos electorales que corren en paralelo.

Se antoja casi seguro que el reporte de incidentes de los OPLE y del INE no será tan limpio como en 2018 y que presenciaremos diversos intentos de trapacerías (como el robo de urnas y el intento de amedrentar a los votantes por redes sociales para fomentar el abstencionismo) y quizá, operativos para tratar de anular el 20% de casillas para declarar algunas de las elecciones anuladas, con lo cual se debería reponer el proceso quizá tras una “reforma estructural” del sistema electoral nacional.

El fiel de la balanza, de nuevo, lo constituiremos los ciudadanos. El número de votantes que asistan a las urnas, la información que tengamos previa a la jornada comicial, nuestro civismo y sobre todo, el entendimiento de que se encuentra en juego la democracia mexicana como la hemos construidos serán, quizá, lo único que pueda detener el discurso y las acciones de violencia.

@HigueraB
#InterpretePolitico

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