La llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la presidencia ha dividido a la sociedad mexicana en dos grupos extremos: los amlovers ( chairos ), seguidores del presidente y creyentes fervientes de todo lo que dice y hace, y los amhaters ( fifís ), detractores del presidente, que no creen una palabra de lo que dice y que están en contra de sus acciones. Son muchos los ejemplos de temas que nos han polarizado: el NAIM, la CNTE, Ovidio Guzmán, la CNDH, Evo Morales, Pemex, Bartlett, etc. Aunque es común que las masas se polaricen por pura afinidad partidista, lo que llama la atención es que personas cultas y pensantes difieran radicalmente en lo que perciben e interpretan de la realidad de nuestro país, lo que en gran medida está determinado por sus creencias .

En otras palabras, las personas perciben la “realidad” con base en lo que creen y, a su vez, sus creencias se alimentan de lo que perciben o creen percibir de la realidad. Percepciones y creencias interactúan dinámicamente y forman un mundo virtual (o sistema de creencias) en cada persona, que les permite percibir, comprender y evaluar el mundo que los rodea y actuar en consecuencia. Nilsson , académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts, aborda el tema en su libro: Para una comprensión de las creencias . En éste y en el próximo artículo expongo algunas de sus ideas con el fin de entender la naturaleza de las creencias, su relación con las percepciones y su resistencia al cambio.

Para Nilsson , las creencias constituyen una buena parte del conocimiento que tenemos del mundo. Creemos que la tierra se creó hace millones de años, que el hombre es producto de una evolución natural y que los microbios y bacterias causan enfermedades. También tenemos creencias de los objetos y personas que nos rodean. Muchas de nuestras creencias son meras suposiciones que se basan en otras creencias. Sería imposible enlistar todo aquello en lo que creemos, pero este acervo se encuentra almacenado en una especie de red neuronal en nuestro cerebro.

Las creencias las adquirimos a lo largo de la vida a través de diversos mecanismos psicofisiológicos. El más elemental es la percepción, que nos da información sobre el mundo que nos rodea. A través, principalmente, de la vista, el oído y el tacto conocemos características esenciales de los objetos y sujetos, así como la manera en que éstos se comportan. Sin embargo, nuestros sentidos nos engañan frecuentemente, como cuando vemos una vara torcida dentro de una pila de agua o a la tierra como una superficie plana. Es decir, lo que logramos percibir de la realidad no siempre produce creencias confiables , pues las percepciones están a su vez condicionadas por las creencias que tenemos.

Mucho de lo que percibimos llega a nosotros a través del lenguaje escrito u oral. Leemos libros, revistas, periódicos y páginas de Internet. También escuchamos lo que nuestros padres, maestros y amigos expresan o, bien, lo que se transmite en los distintos medios de comunicación. Por la televisión y las redes sociales vemos miles de imágenes estáticas y dinámicas, que se acompañan de mensajes y formas de percibir y entender el mundo. Podemos decir, que nuestros cerebros están inundados de información y que un problema del mundo moderno es saber filtrar la información falsa de la verdadera.

Todas nuestras creencias se reducen a construcciones mentales. Algunas son consecuencia de otras creencias y otras son explicaciones de creencias y experiencias preexistentes que se construyen por deducciones lógicas, por simples generalizaciones y por la asociación de eventos que acontecen secuencialmente. Las personas crean explicaciones constantemente para darle sentido y coherencia al mundo que los rodea. Sostenemos algunas de nuestras creencias con más fuerza que otras. Cuando damos por hecho que algo es definitivamente cierto o verdadero, la creencia es muy fuerte. Si, por el contrario, pensamos que algo es probable, la creencia tiene menor fuerza. Las personas son capaces de distinguir los niveles de creencias y también de cambiar su grado de credibilidad, considerando las evidencias a favor o en contra. Muchas de las creencias que se etiquetan como hechos tienen una vida media, tras lo cual dejan de ser “hechos”. Abundan infinidad de ejemplos de verdades científicas que se volvieron obsoletas con el paso del tiempo. Lo mismo pasa con las creencias personales.

Pero: ¿cómo debemos poner a prueba nuestras creencias de tal manera que desechemos aquellas que son falsas y adoptemos las que tienen mayor probabilidad de ser verdaderas? y ¿cómo utilizar nuevas evidencias y el proceso de pensamiento crítico en este proceso de renovación? La respuesta a estas dos preguntas las abordaré en la siguiente entrega.

Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A. C.
@EduardoBackhoff

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