Como Amado Nervo, poeta y diplomático, el escritor y etnólogo Francisco Rojas González también fue cónsul de México en por lo menos cuatro adscripciones, incluída San Francisco, lugar donde quizá escribió una de sus obras más recordadas, impresa póstumamente en 1952 y hoy editada por el Fondo de Cultura Económica.

El Diosero, colección de cuentos que podría ser de realismo mágico, refleja en su redacción preciosista escenas y tradiciones de un abanico que abarca desde las montañas de Tabasco hasta las llanuras Huicholas y Coras, que explican la vinculación de las etnias con él, para ellos, sagrado peyote.

El cuento inicial de la obra, titulado “La Tona”, sirve al autor para narrar una costumbre Zoque del poblado de Tapijulapa, no muy distante de Macuspana en Tabasco, a través de la que los indígenas pastores de la zona ponen nombre a sus hijos.

Rojas González narra cómo Simón, pastor Zoque, encontró a Crisanta, su mujer casi niña, a la orilla del río y en cuclillas convulsas, sometida por los rigores de su inminente estado de parto y transida ante la imposibilidad de consumar con sus propias manos el alumbramiento de su hijo, tal como lo hacen todavía hoy las mujeres de ahí.

Simón acunó a Crisanta en sus brazos y la llevó hasta su choza tosca, empalizada y techada con palmas. Después de depositarla en el suelo de tierra apisonada, Simón corrió donde Altagracia, la comadrona al uso en el poblado y la trajo presto.

En el centro de la habitación había una fogata contenida por tres piedras que Altagracia usó para hervir agua en un pocillo de peltre despostillado, según la crónica puntual de Rojas González, que entre paréntesis hay que decir recibió el Premio Nacional de Literatura en 1944.

Pujidos y gritos de por medio en la parturienta, con el aire mandón que da la experiencia, Altagracia notificó a Simón:

El Chamaco viene de nalgas, diagnosticó. -Vete, le ordenó al padre, por un kilo de chile seco. Lo ponemos en la fogata y con el humo la niña va a toser y a ver si con eso avienta al chamaco -. En el camino, el atribulado pastorcillo encontró a un amigo al que en breve contó el trance de parto de Altagracia. Su interlocutor le recomendó ir al campamento de los ingenieros que se encargaban de una construcción cercana.

-Ahí hay un doctor muy buena gente- le dijo el amigo a Simón. ¡Búscalo!

Una vez que llegó ante el galeno, Simón le expuso su pendiente y éste accedió a acudir ‘pro-bono’ como dicen hoy los abogados, consciente de la pobreza franciscana, esta sí, de Altagracia y el señor de su casa.

El pastor dio al médico las referencias elementales para encontrar la choza y el médico fue presuroso, mientras Simón apretó el paso entre la maleza de las montañas y llegó después del seguidor de Hipócrates.

El médico había ido en su bicicleta, por lo que adelantó a Simón de manera que cuando éste llegó a la empalizada de su cuarto se encontró que el galeno ya había hecho lo suyo y Altagracia reposaba con flacidez y alivio después de los rigores de la expulsión complicada.

-Nos quedó bonito el niño-, le dirigió Altagracia a su marido consternado, apenas entró bajo el cobijo de las palmas que cubrían el techo.

Con sus manos costrosas por callos, Simón apapachó al recién llegado y acarició la cara de Altagracia todavía enrojecida por el esfuerzo, con la áspera rudeza que las costumbres normales le enseñaron sus padres y abuelos para expresar cariño.

A manera de agradecimiento, Simón le pidió al Doctor que apadrinara al neonato, a lo que accedió inmediatamente y cruzaron un par de palabras más, mientras el especialista se lavaba las manos con el agua hervida disponible.

En tanto, Simón hizo un atillo con su pañuelo que llenó hasta el tope de ceniza del fogón y salió con prisa de la choza para cumplir con el rito prebautismal que caracteriza a su etnia, su familia, su tradición.

Hizo un rodete de ceniza en torno de toda la vivienda, con el preciso objetivo de obtener “La Tona” del recién nacido. Y es que la costumbre que le heredaron determina que la huella de la fiera, animal o reptil que se encuentre a la mañana siguiente en los rescoldos esparcidos formará parte del nombre del recién venido al mundo.

Significativo y variado tema, cuando datos paralelos puntualizan que en esa zona montaraz de Tapijulapa tienen registrados 78 clases de reptiles, 112 de mamíferos y 302 de aves. Múltiples entonces las posibilidades para nombrar al recién llegado.

El día del encuentro con la pila bautismal, el cura pueblerino preguntó a Simón cómo habría de llamarse el primogénito de su estirpe, a lo que respondió encarando a un tiempo al Ministro de culto y al Doctor, a punto de ser su compadre. Con toda convicción, les dijo:

-Primero se va a llamar Damián, porque así apunta el calendario de la Santa Madre Iglesia… Pero será Damián Becicleta, dijo ufano el orgulloso padre, porque esa es su “Tona”. Aquí mi compadre el Doctor salió de la casa con su bicicleta después de ayudar al parto y dejó en la ceniza de la casa huella de lo que ahora será nombre del niño.

Preciosa crónica la de Rojas González.

NO ME HAGAN MALOBRA: CLAUDIA

Más allá de historias que nos dejan elementos recordables como el celebérrimo de “La Tona” , la semana anterior en la Ciudad de México ocurrió algo que tiene que ver justamente con ese mundo del registro de nombres para los hijos.

Inopinadamente, el DIF local difundió a través de sus redes una lista de 61 nombres, si así se les puede llamar a esos apelativos, que iban a quedar prohibidos en el Registro Civil, pues según la línea discursiva de esa propuesta casi todos daban lugar a que los niños sean sometidos a bullying y a que provoquen vergüenzas y simulaciones a algunos adultos.

Y es que la lista incluía a Batman, Burger King, Cacerolo, Jorge Nitales, Cheyenne, Circunsición, Hitler, Hurraca, James Bond, Lady Di, Email, Feisbook, por solo mencionar algunos de los que el DIF consideraba impresentables en su publicación y, por tanto, declaraba prohibidos en esta ciudad.

Vaya asunto de nombres para Claudia Shienbaum en esta la que no se cansa de repetir y presumir como la ciudad de las libertades. Además del seguimiento fervoroso de la jaculatoria mañanera de “prohibido prohibir”.

El tema que alguien del equipo de la Jefa de Gobierno en el área del DIF tuvo como ocurrencia en el curso del día 10 de este mes, tuvo vida corta.

Sucedieron dos cosas.

La primera fue que el Registro Civil enmendó pronto la plana a la ocurrencia del DIF, al subir a sus redes un pronunciamiento que negó absolutamente la presunta prohibición y dejó en claro que cada persona puede imponer a sus hijos el nombre que les parezca conveniente.

Lo otro que sucedió fue que el DIF tuvo que bajar de sus redes la lista que añadía apelativos tan sonoros y célebres como Michelin, Marciana, Rambo, Sonora Querida y hasta Yahoo.

Lo que sí se hizo en las comunicaciones mencionadas fue un simple exhorto a los padres para que piensen a la hora de registrar a sus hijos sobre el nombre o apelativo que les van a imponer en su correspondiente documento de nacimiento para que en el futuro no sea origen de molestia, discriminación o vergüenza pública.

Este tema de los nombres y su pretendida prohibición se le cruzó en el camino a la desatada campaña de Claudia Sheinbaum, pero alguien del equipo mostró que está atento con buenos reflejos y en cuestión de horas dieron de baja la tontería que alguien estaba cometiendo desde una parte de la administración de su gobierno.

Queda claro que no es fácil llevar ciertos nombres que se les ocurren a los padres. Hoy día, en la Ciudad de México se puede emprender un juicio para cambiarse el nombre, pero hay que pensarlo muy bien por aquello de reexpedir certificados de primaria, secundaria, preparatoria y hasta universidad, licencias, permisos, etc. Incluso, en virtud de una sentencia de la Primera Sala de la Corte en 2017, tenemos la libertad de elegir cual es el orden de los apellidos que llevan los hijos, o sea, que sean nombrados primero por el materno, si así lo deciden o si les suena más bonito el segundo porque tiene origen extranjero. Signos de nuestros tiempos de la igualdad de género.

Este revoltijo que se levantó ante la tontería del autor de la lista prohibitiva no consideró que han pasado 70 años desde la publicación de “La Tona”.

Y le ahorró a la Jefa de Gobierno el que a alguien se le ocurriera la mala broma de rodear con ceniza el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, porque en una de esas la marca del amanecer podría ser una larga quijada de Pejelagarto. O sea, “La Tona” de Sheinbaum.

A saber. Ya ven que hay quienes viven intoxicados de sueños, pese a que duermen poco.

Les deseo un gran día de sol.

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