Justamente este Domingo ocurre ante las narices de López Obrador la revolución silenciosa y demandante más peligrosa y de más largo alcance para la estabilidad de su Cuarta Transformación.

Se la ganó a pulso.

Desde los altares, por instrucción coordinada de todo el clero diocesano, de las organizaciones religiosas sindicadas y desde la más alta sede de la poderosísima Compañía de Jesús, se ordena una especie de acto de desagravio por lo sacerdotes asesinados, todos, pero especialmente los dos Jesuitas del templo de San Francisco Xavier en Cerocahui.

López Obrador y su necio modelo de seguridad pública lo ha llevado hasta una posición incómoda ante las fuerzas eclesiales y religiosas del país, pese a que ha tratado de hacer control de daños desde su púlpito preferencial del Salón de la Tesorería.

Los asesinatos de los Padres Gallo y Morita en la Sierra Tarahumara fueron el revulsivo para subir a la atención pública el descontento creciente por la enorme inseguridad que se vive en todo el país, frente al avance y empoderamiento de los grupos criminales tan crecidos y soberbios ante la ridícula inacción de las autoridades.

A pesar de sus expresiones en la mañanera que han ido desde su cerrazón hasta el “horario de Dios” del respetable y selecto secretario de Salud, no ha logrado hacer zapa o desrielar la indignación y el llamado eclesial a la movilización.

Y como eso no puede ser casual, el Papa Francisco nombró hace hora a un Nuevo Nuncio en México. El Maltés Joseph Spiteri, quien recibe el nombramiento justo al inicio de esta revolución de las tonsuras.

Así como para celebrar la independencia de Estados Unidos, el 4 de Julio tres organizaciones de peso alto en el ámbito de lo religioso le dejaron caer al Gobierno un manifiesto que llama a la acción de las huestes que creen en la organización de la Iglesia como la sociedad intermedia, que puede ponerle un alto a este gobierno, sin contrapesos eficientes para contenerlo o moderarlo.

La Conferencia del Episcopado, la trascendente Compañía de Jesús y la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México difundieron un manifiesto como no se veía una en México durante décadas.

El reclamo de fondo es contra el modelo de seguridad pública que tercamente ha mantenido esta administración y que entre otros logros tiene en su haber más de 124 mil muertos en cuatro años, cifra muy superior a la de los dos anteriores sexenios tan utilizados por López Obrador como diabólico ejemplo de lo que no se debe hacer en materia de seguridad pública.

Nomás por la cantidad de muertos podríamos empezar, pero lo de este domingo es una convocatoria a rezar, a oficiar misas, a colocar fotografías de las víctimas en los altares y para obtener la paz.

Pero la rudeza no está en la convocatoria al rezo colectivo, sino simplemente en los términos que estas tres organizaciones para prologar su desplegado.

En simples siete líneas que preceden a los cuatro puntos que plantean, usan términos que en muy buena medida expresan la rebeldía de los clérigos y religiosos contra la inseguridad que el Gobierno no solo ha sido incapaz de contener, sino que sostiene tozudamente una estrategia de no-contención representada en abrazos, la que ha empoderado e instalado en la soberbia a los criminales.

Las primeras palabras del manifiesto son determinantes:

“Los asesinatos y desapariciones que diariamente…”

Y luego:

“La sangre derramada…”

Y para empezar señalan:

“En este momento en que la indignación de nuestro pueblo…”

Esto, solo en siete líneas que abren la proclaman que convoca a la movilización a partir de este domingo y que de manera alguna puede admitir una interpretación suave, como ha querido denotar López Obrador en sus reacciones públicas.

La revolución de las sotanas comienza con las misas de hoy, pero el llamado de las jerarquías plantea que durante todo el mes se vayan a oficiar misas y actos de oración a todos aquellos sitios donde hayan ocurrido atentados a la vida de alguien.

Y no se sabe si tomaron nota del punto cuarto del manifiesto en el que convocan a todas las diócesis a que hagan horas santas, PROCESIONES POR LA PAZ para abrir horizontes de diálogo.

¿Cuál será la intensidad de la convocatoria para que esas PROCESIONES no se conviertan en marchas de protesta reproducidas por todas las parroquias y Catedrales del país, citadas por hombres ensotanados y mujeres consagradas en un airado reclamo contra los abrazos que tanto se repiten y enarbolan en el Palacio Nacional tirándoselos al rostro a las más de 124 mil familias de este país que tienen motivos sobrados para salir a protestar porque alguien falta en casa, a causa del crimen organizado.

En algo coinciden con López Obrador. En el tercer punto del manifiesto llaman a que en que las misas del Domingo 31 se rece por los criminales –tienen la amabilidad de llamarles “victimarios”- en un afán esencial de perdón y convocatoria a que regresen a la comunidad.

Hoy es el banderazo para la convocatoria eclesial y la frase más ocurrente que ha tenido López Obrador durante una de las mañaneras de estos días es que este llamado a la rebelión orante es que “hay mano negra” detrás de estas expresiones de legítima inconformidad.

Y de exigencia para que las autoridades dejen de expresar el despropósito de que los criminales, los que arrebatan vidas y truncan familias, los que someten a padres a la gran crisis de un secuestro, a los que extorsionan a comerciantes de todo tipo, a Ministros del Culto, a doctores, enfermeras y hasta a clonadores de mercancías, merecen un trato comedido porque “también son seres humanos”, aunque se comporten como animales salvajes, con perdón de la animalidad.

Muy cerca de este Domingo, López Obrador se llevó una respuesta de la CEM. Y es que el Presidente lanzó la pregunta acerca de cuándo la Iglesia había alzado la voz contra otros gobiernos. Monseñor Castro Castro le dio pronto la respuesta al exhibir 116 expresiones de protesta eclesial durante los últimos años.

Trabajo para César

Este Domingo, César Yáñez va a estrenar su cargo de Subsecretario de Gobernación yendo a la oficina.

No hay forma que el Gobierno de la 4T deje de monitorear cercanamente la masiva expresión de inconformidad a la que está convocando la iglesia, bajo el manto aterciopelado de la jornada de oración, pero con el filo de la espada blandida de justa indignación e inconformidad por la ineptitud del actual gobierno.

El recién ascendido subsecretario de asuntos religiosos, llevado por Adán Augusto López Hernández para ocuparse de los asuntos de difusión y relaciones públicas de la campaña en marcha, tiene otro asunto de entidad del que ocuparse por el momento, aunque lo hayan llevado para otra cosa a calentar la silla del segundo despacho del Palacio de los Covián.

Habrá de trabajar mucho para desmovilizar la revolución que hoy comienza formalmente, pero que encontró su catalizador cuando apenas despuntaba el mes pasado un sicario enloquecido y probablemente alterado por sustancias asesinó a dos Jesuitas y a un guía de turistas en el altar de un templo construido en la época virreinal.

Este grado de enfrentamiento eclesial que ha propiciado López Obrador hace recordar dos eventos con casi 30 años de distancia y otro más, pero ocurrido al principio del siglo pasado durante la guerra que la Ley Calles desató en 1926 y que originó el trasplante a México de un hombre grande como Jean Meyer, quien vino a hacer esa maravillosa obra en tres tomos titulado “La Cristiada”.

Los más cercanos hechos sucedieron en 1993.

Primero fue en Mayo, en el estacionamiento del Aeropuerto de Guadalajara, donde sicarios enardecidos asesinaron al Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, entonces Arzobispo de Guadalajara.

El grado de tensión que eso causó tuvo muy ocupados al Procurador General de entonces Jorge Carpizo y a la jerarquía eclesiástica, especialmente al entonces poderoso y bien relacionado Nuncio Girolamo Prigione, que largamente pidió explicaciones y no se le dieron satisfactoriamente. Ese fue un problema con la Iglesia de Roma, pero también tuvo lo suyo con la jerarquía mexicana.

Hubo un soterrado enfrentamiento entre el Arzobispo Primado Ernesto Corripio Ahumada con el Procurador Carpizo y, por ende, con el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari, con el Nuncio Prigione de por medio.

No terminaban de apagarse los dimes y diretes entre la Iglesia y el Gobierno por el tema Posadas Ocampo, cuando en Diciembre de ese mismo 1993 hubo otro motivo de tensión entre ambos mundos.

El actor central otra vez el Nuncio Apostólico Girolamo Prigione que una tarde-noche llamó a la casa presidencial y a la oficina de Jorge Carpizo para decirles que tenía en la casona de la Nunciatura a los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix.

Los capos querían hablar con Salinas de Gortari, de perdida con el Procurador Carpizo, para comunicarles que su cartel no tenía nada que ver con el asesinato del Cardenal Posadas Ocampo.

Le echaban la culpa completa a los sicarios del Chapo Guzmán.

Fue un escándalo el que las más altas instancias del Gobierno hubiesen tenido a la mano a los capos de ese tamaño, sin detenerlos.

Hubo reclamaciones a Prigione, pero el Nuncio tenía muy buenos amigos en el gobierno y aquellas no crecieron. La tensión entre el Gobierno y la Iglesia estiró la liga, sin romperse, pero inscribió un episodio que complementó los roces que desde Mayo venían por el ametrallamiento del Cardenal Posadas en el aeropuerto Tapatío.

Esos dos momentos de tensión extrema sirvieron como prueba de ácido al reestablecimiento de relaciones diplomáticas que el Papa Juan Pablo II y Carlos Salinas habían firmado en Septiembre de1992.

Ese hecho convirtió a los dos momentos referidos en asuntos de Estado.

Como lo es este el de este domingo y durante todo Julio la rebelión silenciosa que la Iglesia ha levantado contra el Gobierno de López Obrador.

No es solo cuestión de unas misas y algunos rosarios. Las sotanas detectan el traspié en el que López Obrador se encuentra y pretenderán ganarle terreno.

Les Deseo un Gran Día de Sol.

Twitter @undatosrarvizu
FB Eduardo Arvizu Marin
www.arvizumeduardo@gmail.com


 

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