No hay material socialmente más inflamable que el estudiantado universitario. Decía bien Salvador Allende que “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción”. La combinación de idealismo, pasión por la justicia, audacia y espíritu de cuerpo, forman un compuesto que se enciende a la menor chispa. La conflagración se extiende con mayor intensidad y rapidez que en otras protestas, pues los jóvenes sienten que vale la pena lanzarse sin temor a la lucha si la causa es justa, y son capaces de vibrar al mismo ritmo aun estando en campus de diversas universidades.

Recuerdo que entre los estudiantes de la UNAM y los del Poli había una intensa rivalidad, que se expresaba con mayor vigor en el plano deportivo cuando los encuentros entre los Pumas y los Burros Blancos estremecían la estructura del estadio de C.U. Como estudiante me tocó experimentar en 1968, cómo las diferencias se superaron en un solo día cuando los alumnos de una escuela del Politécnico fueron reprimidos por la policía. La solidaridad entre los dos bandos tradicionalmente enfrentados nos hizo formar un frente inquebrantable ante los excesos de la autoridad. Brazo con brazo marchábamos por la calles del Distrito Federal para exigir justicia y como un reguero de pólvora alcanzó dimensiones incontrolables que condujeron a la tragedia de Tlatelolco.

Estos movimientos suelen estallar tras la acumulación de causas de insatisfacción. Un sentimiento de opresión va calando en el ánimo juvenil hasta que aparece un motivo que provoca la explosión. En la actualidad estadounidense la falta de perspectivas, la necesidad de contraer deudas que son verdaderos grilletes para su desenvolvimiento profesional y como corolario la represión a su libertad de expresión con respecto a sus razones para protestar contra la brutal acción de Israel en Gaza, desató la ira estudiantil.

En esos casos nada es peor que tratar de apagar el fuego con fuego. Tampoco se les debe menospreciar en sus inicios. Cuando fui Abogado General de la UNAM manejé desde la posición de autoridad algunos aspectos del Movimiento Estudiantil de 1986. Un miembro del staff del Rector Carpizo, mientras veíamos desde la torre de rectoría una manifestación de estudiantes, dijo “son solo 3000”. Mi reacción fue señalar que así fueran 300 el problema requería ser atendido con seriedad. En lo que sí coincidíamos era en evitar una acción represiva y logramos darle salida a las inconformidades mediante la organización del Congreso Universitario.

La Presidenta de la Universidad de Columbia tomó una desafortunada decisión al meter a la policía en el campus universitario para arrestar a los estudiantes que levantaban su voz a favor de Gaza. Es inconcebible que en espacios “democráticos” como EU se prohíban las manifestaciones públicas y se suprima la libertad de expresión mediante la censura de un tema. Esto ha hecho resurgir el antisemitismo, los estudiantes exigen que no se acepten donaciones de organizaciones judías, que rompan lazos académicos con Israel y han empezado a agredir a sus compañeros judíos, lo cual es preocupante porque incita al odio por razones raciales. Es momento de replantear la actitud frente al gobierno israelí dejando atrás las culpas por el Holocausto, eso será lo más benéfico para al pueblo judío tan irresponsablemente conducido por Netanyahu.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.