La carencia de un diagnóstico confiable sobre el tamaño y las causas de deserción escolar motivada por actos de violencia, es botón de muestra de la falta de una política educativa que no solo atienda a los estudiantes que estén registrados en sus listas y planteles, sino también la preocupación por el destino de aquellos niños que renunciaron a las escuelas o que nunca regresaron a ellas a causa de agresiones tanto dentro como fuera de las instalaciones de enseñanza.

Si bien el interés en los últimos años, pero con especial fuerza en este gobierno, ha girado en torno a la población mayor —lo cual está bien, pero no es el único sector de población al que hay que atender—, es que por décadas se ha relegado a quienes en realidad van a forjar el futuro de este país: los niños.

El desinterés en la población infantil por parte de los gobiernos estatales y federal se refleja en que México ni siquiera cuenta con una estadística que permita conocer la dimensión real del fenómeno de deserción escolar de niñas y niños bajo situación de acoso, maltrato familiar e inseguridad o violencia en sus lugares de residencia.

El desconocimiento del Estado tanto sobre las causas que provocaron la deserción, como sobre la situación que enfrentó posteriormente cada alumno que dejó la escuela (por ejemplo, si retomó sus estudios en otra entidad o si desertó definitivamente del sistema educativo), no hacen más que mostrar las fallas del sistema de educación nacional.

Algo similar ocurrió en noviembre de 2019, cuando se supo que el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) desconocía cuántos menores tenía bajo su resguardo en casas-hogar, argumentando en ese entonces carecer de un censo actualizado, así como porque buena parte de esas instalaciones eran manejadas por gobiernos estatales y no reportaban al DIF nacional. El dato más cercano procedía de cuatro años antes, cuando un censo interno levantado en 2015 arrojó un total de poco más de 33 mil niños bajo cuidado del gobierno.

Son loables las políticas de atención a adultos mayores y los programas que se han creado para su bienestar, así como la serie de apoyos para jóvenes que no tienen empleo ni estudian, pero al parecer los niños de México han quedado fuera de su rango de interés y sí en la mira de sus recortes presupuestales, como lo demostró la cancelación del programa de guarderías subrogadas bajo el argumento de haber encontrado que algunas de ellas —nunca se precisó cuántas— incurrieron en prácticas desleales y manifestaban información falsa a la autoridad.

Hoy más que nunca es necesario voltear a ver a los niños como grupo vulnerable que requiere de más apoyo, por ser el futuro de México.

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