Rosario Ibarra de Piedra, la guerrera que falleció ayer a los 95 años, es una de esas figuras de la escena política nacional que dejan profunda huella y son insustituibles. Con una amplísima trayectoria en el activismo social, ella se constituyó como mujer pionera en varios campos de defensa de los derechos humanos, impulsada simplemente por el anhelo de volver a ver con vida a su hijo Jesús Piedra, presuntamente desaparecido por el Estado mexicano, acusado de mantener actividad como guerrillero de la Liga Comunista 23 de septiembre.

En la búsqueda de su hijo, doña Rosario se unió a otras madres víctimas del mismo dolor, y juntas descubrieron el oscuro actuar de las fuerzas oficiales de seguridad, volviéndose la voz y el rostro visible de los desaparecidos y sus familias, y revelando testimonios que hablaban de tortura y otras lamentables transgresiones a los derechos humanos perpetradas en el marco de la denominada “guerra sucia”, que marcó el combate del gobierno contra los brotes de insurrección que surgieron en diversos puntos de la República en los 70.

A través del Comité Eureka, de búsqueda de desaparecidos políticos, su presencia se hizo habitual en la escena política nacional y se ganó el respeto tanto al interior del gobierno como entre todos los colectivos y organizaciones sociales de defensa de los derechos humanos, con los que gustaba de participar en marchas y mítines para exigir justicia y un alto a la represión.

Su calidad moral la llevó a ser pionera en múltiples campos de batalla en defensa de la libertad, respeto a los derechos humanos, denuncia de las injusticias y malos actos de gobierno, equidad de género y búsqueda de desaparecidos, ámbito este último en que su ejemplo se alza inconmensurable en momentos en que el país es azotado por una ola de desapariciones de personas por todos los motivos probables.

En su lucha por la igualdad y reconocimiento a la capacidad y participación de las mujeres en la vida política nacional, doña Rosario fue la primera en ser postulada como candidata a la presidencia de la República, no una sino dos veces consecutivas. Y aunque no ganó y México sigue en espera de su primera presidenta, sí consiguió visibilizar la lucha de las mujeres y abrirles las puertas que antes se les mantuvieron cerradas.

Rosario rompió moldes y abrió miles de espacios, por eso su partida deja un inmenso hueco en la vida nacional, pero su ejemplo será el mejor legado para México.