Ante la proximidad de las elecciones presidenciales en Estados Unidos que podrían significar cuatro años más de gobierno para Donald Trump o su reemplazo por el demócrata Joe Biden, se cuestiona una vez más el papel que jugará América Latina como carta a poner sobre la mesa por los dos candidatos en pugna, y si el triunfo de uno o de otro significará un cambio en la relación de la potencia norteamericana con la región al sur del Río Bravo.

Aunque parecería una obviedad que cualquier otro candidato le vendría mejor a la Casa Blanca que Donald Trump, los politólogos especializados en la cuestión estadounidense indican que Biden no es precisamente la mejor opción para la relación EU-Latinoamérica, dado que este candidato fue corresponsable del descuido en que se tuvo a la región durante la presidencia de Barack Obama y que detonó en forma incontrolable tanto el narcotráfico como lo migración hacia el territorio estadounidense, así como la violencia fraticida al interior de la geografía latinoamericana.

Trump, como ha quedado de manifiesto, tiene en Venezuela a un enemigo declarado, apoyado por Cuba y Nicaragua, mientras ve con recelo a México y Centroamérica, con los que su principal encono es por la imparable ola migratoria que, para tratar de contenerla, lo mismo le erige muros cada vez más altos, que le encarga la tarea al gobierno mexicano, so pena de disgustarse seriamente con éste si no cumple con la misión encomendada.

México debe estar preparado, porque su política ha sido contradictoria en este sentido. Primero apostando por sus preceptos de brazos abiertos, y luego por las puertas cerradas, para cumplir con el encargo indicado desde la Casa Blanca de Washington.

Es un hecho que en este momento no hay una posición migratoria mexicana renovada por lo cual nuestro país debería prepararse para cuando resurja el problema y tenga un plan de contención. No es posible hacer dos cosas contrarias al mismo tiempo: prometer trabajo y asilo y, al mismo tiempo, ser de facto el muro de Estados Unidos.

En éste y en otros ámbitos de la relación con quien quede al frente de la administración estadounidense, cunde el pesimismo y no se esperan grandes cambios. Si los hay, que sean para bien.

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