A diferencia de las olas anteriores de la epidemia de Covid-19 entre la población mexicana, en que el grueso de los familiares que eran internados por un contagio consistían en personas de más de 40 años y con especial énfasis en adultos mayores, ahora son los jóvenes los que se han convertido en el nuevo epicentro del impacto de la pandemia en México.

La tercera ola y su ascenso en el número de contagios llega en un momento en que se ha desmantelado ya parte de la infraestructura que anteriormente se había dispuesto para atender la mayor cantidad de casos y que se han reconvertido algunos de los hospitales dedicados exclusivamente a casos de Covid.

En este escenario y a las largas filas que se hacen para recibir la vacuna, ahora también se ha añadido el retorno de las que se forman para realizarse la prueba de detección y las que se efectúan para recargar tanques de oxígeno.

El mal uso del cubrebocas —para algunos casi más con valor de amuleto contra la enfermedad que de adminículo sanitario— o la resistencia a portarlo, así como el retorno a una vida casi de completa normalidad, pueden explicar buena parte del incremento de los contagios y de la manera acelerada que está tomando esta tercera ola, con el agregado adicional de que las variantes detectadas del virus manifiestan una propagación más acelerada.

Además influyen las noticias que llegan de otros países en los que se ha anunciado el fin de la obligatoriedad del uso del cubrebocas y otras medidas de prevención, así como el hartazgo —en especial entre los más jóvenes— para acatarlas o perseverar en su uso.

Y si bien son ciertas las aseveraciones de algunos funcionarios públicos en el sentido de que ya no es posible detener por más tiempo la economía del país, también es un hecho de que se debe insistir entre la población que las medidas de cuidado al parecer han llegado para quedarse y que seguirlas, sumado al paulatino avance en la vacunación, permitirá retomar una buena parte de las actividades socioeconómicas.

Imperante además es la necesidad de campañas intensivas para convencer a los que enfrentan resistencias a la inoculación, sea por miedo a las reacciones como por la credulidad ante rumores y fake news sobre supuestos fines ajenos a la vacunación, e incluso por el descrédito que se pueda dar a las dosis ante un aumento de contagios y la idea errónea de que éstas no ejercen ningún efecto de protección, cuando siempre se recalcó que su función era atenuar la severidad de la enfermedad. Que tanto esfuerzo y sacrificio colectivo no se desperdicie ni se tire por la borda lo ya avanzado.