Gracias a las normativas de construcción establecidas luego de los terremotos de 1985, los inmuebles de la capital mexicana son a partir de entonces más seguros que los anteriores a ese año, siempre y cuando se respeten sus lineamientos, logrados después de años de estudios y pruebas por parte de ingenieros especializados, cuyas investigaciones permitieron dar con materiales y métodos de construcción más confiables desde el punto de vista estructural.

Además se cuenta con un Atlas de Riesgo actualizado que ya ha demostrado su confiabilidad al grado de que ya había considerado amenazas potenciales como el derrumbe del Cerro del Chiquihuite, pero que tristemente enfrentó tanto el escepticismo de las autoridades municipales estatales como la reticencia de los vecinos para desalojar preventivamente sus viviendas.

Es tal la confianza que tiene el cuerpo de Protección Civil en sus esquemas de acción ante desastres, que aseguran que luego de una contingencia como un terremoto o una inundación, son capaces de tener a todos sus integrantes atendiendo ya las emergencias tan solo 20 minutos después de registradas, gracias a un gran trabajo de preparación que ha incluido hasta 100 mil capacitaciones.

Sin duda, la sociedad mexicana ha mejorado en ese aspecto desde 1985, pero lo mismo se espera no solo de los sismos, sino de esas otras catástrofes y pruebas que la naturaleza impone a los mexicanos, sean huracanes, inundaciones, incendios, epidemias o deslaves.

En materia de prevención todavía hay mucho camino qué recorrer y lo demuestran los problemas estructurales que surgen cuando se presentan las contingencias.

Resulta lamentable también que en muchos de los desastres la gente se oponga a dejar sus viviendas pese a los riesgos que corren al permanecer en ellas y la explicación que dan de su negativa para ponerse a salvo es siempre la misma: la delincuencia arrasará con su patrimonio y efectuará saqueos en caso de dejar sus propiedades sin vigilancia. Es de lamentar que la cultura de la rapiña se haya incrustrado al interior de la sociedad mexicana y que ante cada desastre, haya quienes buscan cómo sacar partido de cada desgracia ajena. Urge tanto una cultura del respeto como un modelo de protección patrimonial que de confianza a la gente para evacuar cuando sea necesario.

Tener una cultura de prevención con protocolos formales de actuación ante emergencias colectivas hará de nuestra ciudad y nuestro país un lugar cada vez menos vulnerable ante los embates de la naturaleza.