Unas 74 mil mujeres indígenas más se sumaron a la pobreza desde 2018, según lo revela el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que encontró también que por el contrario se redujo el número de hombres de sus comunidades en situación de pobreza durante el mismo periodo de tiempo.

Así, mientras la cantidad de mujeres indígenas pobres creció a 2.8 millones en todo México hasta el año 2020, en el caso de los hombres su número se estableció en 2.5 millones, 93 mil menos de los que estaban en ese rango en 2018.

Y no solo los bajos ingresos económicos golpean más a las mujeres, sino también su acceso por ejemplo a servicios de salud fue más limitado, y en donde la desproporción en contra de ellas es más que brutal, ya que más de 600 mil mujeres integrantes de grupos étnicos quedaron fuera de programas o sistemas de atención médica, sumándose a otras más de 400 mil que en 2018 no contaban con esas prestaciones, arrojando hasta un gran total de más de un millón de mujeres no consideradas en esquemas de salud.

Pero aunque son pocas las opciones laborales formales a las que pueden acceder, hay que precisar que prácticamente todas las mujeres indígenas aportan su fuerza de trabajo en sus comunidades, ya sea en trabajo doméstico o en actividades agrícolas o ganaderas; algunas se autoemplean en talleres artesanales o en actividades comerciales de carácter informal que, sin embargo, no les retribuyen lo justo por su esfuerzo —a veces ni siquiera se les paga— ni les otorgan las prestaciones a las que deberían poder acceder para tener una vida digna.

La venta de niñas es otra cosa que afecta específicamente a algunas comunidades indígenas y la posición aquí es muy clara: los derechos humanos están siempre por encima de cualquier uso o costumbre. Pero hay que analizar qué sucede al interior de las comunidades indígenas y la forma en que los roles están asignados a hombres y mujeres, frecuentemente dejando a estas últimas en desventaja.

Sin pretender prejuiciar ni discriminar, se tienen antecedentes y elementos preocupantes que, por usos y costumbres, hay restricciones y oposición a la participación de mujeres en tomas de decisión o para que una de ellas sea electa para gobernar en la comunidad. Todo esto tiene que cambiar para bien de ellas y de todos los mexicanos.