Partidos que nacen y desaparecen en las primeras elecciones en las que participan, son una constante que se ha visto desde hace décadas. Algunos otros se han fusionado entre ellos, y los menos sólo han cambiado de nombre a lo largo del tiempo o son herederos de otras fuerzas políticas preexistentes. Es el caso este último el del actual partido en el poder, el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, que aunque es una escisión del PRD (Partido de la Revolución Democrática), es en cierto modo continuador de la tradición socialista que representaron en el pasado partidos como el Comunista de México (PCM), el Socialista Unificado de México (PSUM) y el Socialista Mexicano (PSM).

No obstante, siglas como el PPS (Partido Popular Socialista), el PARM (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana), el PDM (Partido Demócrata Mexicano) o el PSD (Partido Social Demócrata) son algunos de los ejemplos de organizaciones desaparecidas en décadas pasadas cuando el PRI y en menor medida el PAN eran las únicas fuerzas con peso electoral, tal vez no tanto por su credibilidad entre el electorado, sino por la red de apoyos sindicales o empresariales que lograron conformar.

Lo lamentable es que cada uno de esos intentos fallidos de organizar una entidad que pudieran enfrentar en las urnas a los partidos consolidados, tuvo un gran costo para el país, que bien se pudo haber destinado a otras necesidades más apremiantes. En la última década, cuatro partidos que desaparecieron por no haber cumplido con la cuota mínima de votos que la ley exige, representaron un gasto para el país superior a los 5 mil millones de pesos.

Comprobar que buena parte de las organizaciones sociales, sindicales o gremiales que en algún momento se constituyeron en partidos políticos para luego desaparecer, ofrecen una razón más a tener en cuenta para bajar el presupuesto asignado a esas agrupaciones, ya que, como se ha visto en el paso de los años más recientes, se trata solamente de meros negocios temporales para quienes los fundaron y de los cuales pudieron vivir de ellos por un tiempo, sin haber retribuido en mayor medida a la sociedad o a los grupos que dijeron representar. Y mientras subsistieron, sólo sirvieron para crear campañas y lemas que no tuvieron mayor repercusión a la de, si acaso, ser simplemente una melodía pegajosa o una frase chistosa que se olvidó tras el paso de las elecciones en las que compitieron. Pero mientras tanto, representaron una carga económica que la ciudadanía en su conjunto tuvo que sostener con el pago de sus impuestos.

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