México y Bolivia estiraron la liga hasta que se rompió. Ayer el gobierno del país sudamericano expulsó a la embajadora mexicana y las relaciones bilaterales descendieron a su mínimo nivel, desde el apresuramiento mexicano por reconocer el triunfo electoral de Evo Morales, a pesar de que su victoria estuvo bajo la sombra de dudas y sospechas.

El asilo mexicano a Evo, tras su renuncia a la presidencia, la recepción y libertad que tuvo aquí para expresar críticas al grupo que asumió el poder en Bolivia no fueron bien vistos en La Paz, como tampoco la protección de la embajada mexicana a exfuncionarios bolivianos que ahora enfrentan acusaciones judiciales.

En ambas partes ha prevalecido la postura ideológica antes que el diálogo y la imparcialidad que deben caracterizar a las relaciones diplomáticas. El gobierno mexicano –que estableció que sería respetuoso de la autodeterminación de los pueblos y no intervendría en sus asuntos internos, como marca la Constitución– tomó parte en la crisis política boliviana al respaldar a un presidente afín ideológicamente. Bolivia, en cambio, levantó un cerco policiaco alrededor de la representación diplomática mexicana en lugar de dar prioridad al diálogo.

Este conflicto diplomático, como los otros que ha enfrentado México en lo que va del siglo, es producto más de diferencias políticas que de afrentas reales. Así fue con el gobierno de Vicente Fox, cuando se dieron roces diplomáticos con el régimen cubano de Fidel Castro y con el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela, y en el sexenio de Enrique Peña Nieto, que tuvo diferencias con el gobierno del también venezolano Nicolás Maduro.

En el diferendo México-Bolivia, ambos gobiernos aseguran que mantendrán la relación bilateral, pero ninguno establece de manera clara que impulsará la negociación para zanjar el distanciamiento.

En las relaciones internacionales la diplomacia tendría que prevalecer por encima de cualquier diferencia ideológica, pues ese es uno de sus objetivos.

En el momento en que los puntos de vista políticos se impongan sobre la prudencia y el diálogo, se habrá cerrado la ventana al entendimiento para dar lugar al encono. México y Bolivia deben apostar a la conversación y olvidar por un instante la ideología.

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