En un inicio los cárteles colombianos del narcotráfico se aliaron con agrupaciones mexicanas que actuaban de manera regional en el cultivo de marihuana y amapola —mientras que los sudamericanos se especializaban en la cocaína— por dos factores primordiales: una lengua e idiosincrasia en común, y el conocimiento de los mexicanos de rutas para internar mercancías y personas de forma ilegal a Estados Unidos, el mercado meta de todo introductor de narcóticos.

Tras el declive del Cártel de Medellín y la caída y muerte de su líder Pablo Escobar Gaviria en un operativo, los grupos mexicanos tomaron paulatinamente el control de esa parte del negocio del que se retiraron los colombianos, luego de que pugnas internas entre facciones de sudamericanos cortaran el flujo de cocaína que compraban los mexicanos.

Lo anterior viene a colación porque la Fundación por la Libertad de Prensa de Bogotá acaba de dar a conocer que periodistas colombianos de distintos medios de información en su país han recibido, en el transcurso de los últimos cuatro meses, amenazas de narcotraficantes mexicanos que han llevado a que dos comunicadores hayan optado por el exilio y tres más teman por su integridad física. La agresiva reacción de los criminales mexicanos obedece a que en diversos reportajes y notas se han revelado los nexos que han establecido con disidentes de la exguerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), así como con integrantes en activo del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en la región del Cauca, dada la intención de los mexicanos de controlar todo el proceso de la producción y comercialización de la cocaína, comenzando desde el cultivo de la hoja de coca, cosa que antes no sucedía puesto que inicialmente su participación se limitaba únicamente a la distribución hacia el mercado estadounidense y posteriormente al europeo.

En julio pasado, una organización indígena regional reveló que la intención de campesinos de dejar los cultivos ilícitos en sus parcelas, fue respondida con amenazas de narcotraficantes mexicanos ante la posibilidad de ver afectadas sus operaciones en el suroccidente colombiano. Las intimidaciones fueron lanzadas por igual contras líderes indígenas que contra autoridades gubernamentales del Cauca.

Actualmente los tentáculos del narco mexicano se han extendido prácticamente a todos los continentes y con mayor frecuencia se sabe de connacionales detenidos en puntos cada vez más distantes del planeta por delitos por tráfico de sustancias ilícitas. Poner orden en este rubro se antoja cada vez más difícil, pues no es sólo una tarea de índole nacional sino decididamente internacional.

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