El mundo celebra hoy que a la distancia ahora de tres décadas, la barrera física que dividía en dos al pueblo alemán caía estrepitosamente como paso previo a la unificación de la nación germana y marcaba también el fin de una era y el comienzo de otra. Con la demolición del Muro de Berlín en 1989 el planeta entero contemplaba el nacimiento de un nuevo orden mundial que vendría no solo con la unificación alemana, sino también con el posterior desmoronamiento del bloque soviético y el cambio de régimen en varias naciones del Este europeo, identificadas hasta entonces con el socialismo, varias de las cuales se desintegraron para dar lugar a estados más pequeños, integrados ahora de acuerdo a su filiación étnica o religiosa, y ya no por su ideología política o económica.
El Muro de Berlín no sólo fungía como una frontera física para impedir el cruce de personas, se erigía también como el borde donde se juntaban y a la vez separaban dos grandes sistemas socioeconómicos: capitalismo y socialismo, división que a su vez partía al mundo del siglo XX en dos hemisferios no del todo simétricos: Oriente y Occidente.
Por ello es que el politólogo Francis Fukuyama celebraba en la década de los noventa la caída del comunismo y aseguraba que la humanidad reemplazaría con economía y democracia a las ideologías que tanta sangre habían costado. Él aseguraba que con el fin de la Unión Soviética y el fracaso de los regímenes socialistas, la Historia, concebida como lucha de ideologías, había llegado a su fin y que revoluciones y guerras habían perdido su razón de ser. El tiempo, sin embargo, refutó muy pronto lo equivocados que estaban sus postulados y echó por tierra la idea de que la democracia y el capitalismo llegaban para instalarse definitivamente y perdurar por siempre. Pronto quedó claro que los problemas económico-sociales existentes entre los grupos humanos simplemente se diversificarían y tomarían otras caras y presentarían nuevas circunstancias.
Y cuando se creía que la necesidad de muros para dividir y separar a seres humanos era cosa del pasado, el actual inquilino de la Casa Blanca ha hecho de la construcción de uno, justo entre la frontera de México con Estados Unidos, un emblema de su gobierno, actitud que increíblemente miles, tal vez millones de sus gobernados apoyan porque lo consideran necesario para dividir y mantener la separación entre ricos y pobres, así como conjurar el peligro de una migración masiva, que algunos conservadores estadounidenses ven ya como una invasión.
La frase que funciona como lugar común dice que quien no conoce la Historia, está condenado a repetirla. Nunca más claro que en el contexto actual de la relación México-EU.