Los explosivos como herramienta de grupos criminales para generar miedo y terror son cada vez más comunes. Desde que el 15 de septiembre de 2008 estallaron granadas durante la noche del Grito, en Morelia, Michoacán; no han dejado de utilizarse artefactos de ese tipo generalmente en las zonas conocidas por la penetración del narco.

En 2010 estallaron coches-bomba en Ciudad Juárez y en Ciudad Victoria con unas semanas de diferencia. Después vinieron agresiones a aeronaves del Ejército y últimamente han reaparecido los casos de autos-bomba; desde 2019 se han presentado específicamente en Guanajuato.

Ahora, la tarde del pasado domingo un explosivo envuelto en un regalo estalló en Salamanca ocasionando la muerte de los propietarios de un restaurante. Aunque las primeras investigaciones no pueden asegurar que el ataque fue obra de grupos del narcotráfico, la acción remite al modus operandi que esas bandas han adoptado en la entidad.

Recientes hechos con explosivos en Guanajuato y en otras regiones del país fueron reconocidos ayer por el presidente de la República: “No quisiera entrar en el terreno de las especulaciones, vamos primero a conocer más sobre el caso, investigarlo; desde luego, castigar a los responsables, que no haya impunidad. Tenemos el antecedente, eso lo ha identificado la Secretaría de la Defensa, se ha informado de que en el estado de Guanajuato, más que en otras partes, de un tiempo a la fecha han empezado a utilizar explosivos para cometer crímenes y tratar de crear terror, miedo”.

Cuando los civiles son las víctimas —directas o indirectas— de los ataques realizados con explosivos y se genera un sentimiento de miedo entre la población, la situación se encuentra en los terrenos del terrorismo.

Este lamentable hecho ha servido para que el gobierno federal reconozca que el uso de explosivos está tratando de crear terror y miedo.

Tras la aceptación, debe venir ahora el desmantelamiento de grupos que han adoptado el miedo y el terror como forma para enfrentar a la autoridad o al enemigo. Es urgente contar con una estrategia de seguridad un poco más allá de “los abrazos, no balazos”. Por el bien de la población.