Sí, es un anhelo de todos acabar cuanto antes con la pesadilla del Covid-19 y es muy importante el retomar la actividad económica ante el número creciente de empresas que están cerrando y los empleos que se están perdiendo, pero ante lo que parece ser una premura del Estado por reactivar la maquinaria nacional, justo cuando México apenas está entrando en la fase más crítica de la epidemia, viene el cuestionamiento casi unánime de que si no es demasiado pronto para ello, y de que, si como se hace en otras naciones, se apliquen pruebas que garanticen que no habrá un rebrote del coronavirus y certificar si realmente quienes han sido dados de alta o pasaron su cuarentena en casa bajo sospecha de Covid-19, se han inmunizado o están libres de portar el virus.

La vuelta a la normalidad, como recomiendan los expertos, debe darse solo si hay certeza de que el virus ha disminuido en su potencial de contagio y esto, a su decir, solo se consigue mediante la aplicación masiva de pruebas rápidas; de otro modo, se estará actuando a ciegas como ocurre con el modelo Centinela que hace proyecciones de comportamiento de una epidemia simplemente a partir de la aplicación de modelos estadísticos alimentados por algunos miles de casos comprobados y la extrapolación de resultados a millones y millones de individuos de los que se desconoce su estado real de salud, así como sus hábitos y conductas que podrían hacerlos potenciales transmisores de la enfermedad. Peor aún si, como acusan analistas extranjeros, hay ocultamiento de cifras que no revelen la dimensión real de la pandemia en el territorio nacional.

Sin embargo, el gobierno federal se ha mantenido inflexible ante las recomendaciones tanto nacionales como internacionales para la aplicación masiva de pruebas que corroboren que cualquier reactivación económica nacional estará libre de nuevos riesgos epidemiológicos, y ahora que ha comenzado a dar los primeros pasos hacia una vuelta a la normalidad, son los gobiernos de algunos estados los que desatan un cuestionamiento —que algunos ven como rebeldía— para no retomar actividades hasta que se tenga mayor certeza de que por lo menos ha pasado ya lo peor de la pandemia.

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