Los actuales no son tiempos fáciles para la prensa en el mundo. El arribo de gobiernos de corte nacional populista en varios países se ha vuelto un obstáculo para el libre ejercicio de su actividad. El ejemplo más representativo es la relación actual entre el gobierno de Donald Trump y los medios de comunicación estadounidenses. Toda información que cuestione el desempeño de su administración es en automático una “noticia falsa” (“fake news”). No hay argumentación para rebatir, sino la descalificación inmediata.

Además de Estados Unidos, se han dado casos similares en otras naciones. En Hungría, el primer ministro Viktor Orbán ha sido señalado por considerar a la prensa un enemigo, ha cerrado espacios para los diarios críticos e independientes alentando, por el contrario, un conglomerado de medios que realizan propaganda a su favor. El gobierno ruso encabezado por Vladimir Putin también se encuentra en la lista de países que ejercen presión sobre los medios de comunicación independientes, además de tener el control de internet.

América Latina no es la excepción. En marzo, el presidente brasileño Jair Bolsonaro usó su cuenta de Twitter para intimidar a los medios de comunicación al exponer nombre, foto y voz de una reportera a la cual le atribuía declaraciones de que había una campaña para derrocarlo, las cuales resultaron falsas. En Venezuela es permanente la ofensiva contra los medios críticos al régimen de Nicolás Maduro.

En México la amenaza principal a medios de comunicación y sus trabajadores proviene del crimen organizado. El país lleva años registrando uno de los mayores índices a nivel internacional de periodistas asesinados.

A ello se ha sumado la estigmatización de un sector de periodistas desde la cúpula del poder político cuando se publica información que presenta una visión distinta al discurso oficial. En entrevista con EL UNIVERSAL, la presidenta de la Sociedad Interamericana de Prensa, María Elvira Domínguez Lloreda, afirma que puede haber crítica a los medios, “pero una cosa es criticar y disentir, y otra cosa es estigmatizar” al llamarlos adversarios, opositores o prensa fifí. Una delegación internacional de la SIP se encuentra en México para revisar la defensa de la libertad de expresión y las amenazas a la labor de periodistas.

Cuando un mandatario critica a la prensa, sea en México, Estados Unidos, Hungría o Brasil, lo hace desde el máximo puesto de poder político, desde el cual debería defender la libertad de expresión, no condenarla.

Ningún país debe tener una sola voz. La diversidad de opiniones frena tentaciones de concentrar el poder y enriquece a la democracia.

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