Una de las mayores frustraciones que un país puede generar en sus jóvenes es que al término de su vida escolar se sumen a las filas del desempleo. Realizar estudios universitarios durante cuatro o cinco años y luego transitar por un periodo de hasta dos años para encontrar un primer empleo no es gratificante. Descubrir, además, que el salario devengado es insuficiente para cubrir sus necesidades suele ser decepcionante.

Adentrarse y consolidarse en el mundo laboral tampoco es garantía de que la estabilidad tendrá carácter permanente. En México en los últimos meses las cifras de desempleo se han incrementado. Los que han resultado más afectados son quienes cuentan con estudios de educación superior y media superior.

En el segundo trimestre de 2019 la población desocupada ascendió a 2 millones de personas, la cifra más elevada desde el tercer trimestre de 2016, de acuerdo con el Inegi. De ese total, 47% (945 mil 312 personas) tiene estudios de educación media superior y superior.

Para especialistas, la situación es consecuencia de que las fuentes de trabajo que se están creando no requieren un nivel de conocimientos tan especializados ni experiencia laboral. Así, al sector que cuenta con estudios universitarios se le está complicando encontrar un empleo. En pocas palabras, están sobrecalificados.

Una de las claves para disminuir el problema se encuentra en el impulso que los gobiernos locales dan a su economía. De manera coincidente, los estados que registran mayores atrasos sociales y poca industrialización tienen los índices más altos de personas preparadas en el desempleo: Puebla (62%), Guerrero y Chiapas (58%), Veracruz (55%), Campeche (54%). De nueva cuenta –como en los registros de pobreza– los índices negativos más elevados se presentan en las entidades del sureste. Se confirma que el país avanza a dos ritmos: uno de modernización y desarrollo en regiones como el Bajío y el norte, y otro de atraso en el sur y el sureste.

El país necesita generar puestos de trabajo de todos los tipos y probablemente tiene la capacidad de hacerlo, pero no están bien distribuidos. La coordinación entre empresas, instituciones educativas y gobiernos es indispensable para identificar las fuentes de empleos que demanda la economía. Otra opción es apostar a la educación técnica; en algunas zonas del país puede ser la opción más sensata.

Si se plantean objetivos de manera conjunta en materia de empleo, el desarrollo nacional podría ser más uniforme y terminarse con la realidad decepcionante que tienen miles de universitarios al concluir sus estudios.

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