La sentencia emitida en Estados Unidos contra Emma Coronel, esposa del Chapo Guzmán, y la edición reciente de un libro que relaciona a figuras femeninas del espectáculo con líderes del narcotráfico mexicano, ha puesto de nueva cuenta en la mira de la opinión pública a todas esas mujeres que orbitan en la esfera del crimen organizado en América Latina.

El interés que despiertan figuras femeninas como Emma Coronel o Sandra Ávila Beltrán, la Reina del Pacífico, generan la falsa percepción de un glamour alrededor del narco que en realidad no existe, pero que nutre la construcción de personajes ficticios para telenovelas, series, películas o literatura como el de Teresa Mendoza, la Reina del Sur, en la novela del español Arturo Pérez-Reverte.

Pero fuera de estas mujeres que frecuentemente son reinas de belleza, modelos o actrices, está también un ejército femenino que opera en la base de la pirámide del narco a nivel de obreras en el escalafón del crimen organizado y a quienes les son asignadas labores denigrantes o francamente esclavizantes. En ambos casos, son vistas como piezas de desecho y reemplazo una vez que han cumplido su temporalidad dentro de la estructura criminal.

Esto deja ver que la delincuencia se aprovecha de condiciones de pobreza, marginalidad, indefensión o ignorancia de algunas mujeres para integrarlas a sus filas bajo diversas excusas, promesas, presiones, amenazas o extorsiones.

Así, se les emplea como transportistas, cobradoras, mensajeras, introductoras de armas o droga al interior de los penales, cultivadoras, “cocineras”, reclutadoras de niños, jóvenes y otras mujeres para los grupos delincuenciales, o participantes en fraudes y labores de espionaje. Todo esto hace de estas mujeres auténtica carne de cañón y las expone en el escalafón delictivo latinoamericano, tanto a detenciones por parte de fuerzas del orden, como a venganzas y represalias de grupos rivales.

Y valga el juego de palabras, pero hasta en el crimen hay discriminación contra la mujer: si es en la cúpula, su presencia obedece a criterios machistas que las convierten en meros trofeos de exhibición; y si están en la base, son objeto de agresiones, amenazas, humillaciones, chantaje y explotación, tanto laboral como sexual.

Para evitar que más mujeres caigan en las garras de la mafia, se requiere se les brinde atención e integración, especialmente en puntos rojos de influencia criminal, en programas de oportunidades que las alejen de esta amenaza.