Los energéticos están moviendo a las sociedades, y en ese sentido va el llamado que de manera conjunta hacen desde las páginas de EL UNIVERSAL los embajadores en México de la Unión Europea, Gautier Mignot, y de los Estados Unidos, Ken Salazar, para que el planeta cobre conciencia de la importancia de no permitir que la temperatura global promedio se exceda en 1.5°C, meta que solo podrá alcanzarse con el compromiso de todas las naciones para limitar hasta donde sea posible la emisión de gases de efecto invernadero, objetivo que por supuesto incluye la adopción de fuentes de energía limpias y abandonar paulatinamente el uso de combustibles fósiles.

Tan solo ayer, el Departamento de Energía de Estados Unidos lanzó una advertencia sobre un posible incremento en el precio mundial del gas como consecuencia de que el próximo invierno en Norteamérica se avizora inusualmente extremo y que se traducirá en una mayor demanda del combustible entre los estadounidenses, lo que reducirá drásticamente los excedentes destinados para exportación, entre cuyos mayores consumidores externos está México, con el consecuente incremento para las reservas que salgan a la venta fuera de EU, siendo una las entidades más afectadas de presentarse esta circunstancia la Comisión Federal de Electricidad (CFE), así como buena parte del sector industrial privado mexicano y de la población en general que resentirán también un aumento en las tarifas eléctricas.

Y mientras en México nuestro gobierno insiste en ver a Petróleos Mexicanos (Pemex) como la tabla de salvación de la economía nacional, más al sur del continente, en Brasil, su presidente Jair Bolsonaro, mantiene una óptica opuesta: ha comenzado a ver a la semiestatal Petrobras como un lastre para su país, y comenzó ya a proclamar su deseo de que el Estado brasileño se deshaga de su participación en la empresa para destinar esos recursos a programas de asistencia social, luego del fortísimo impacto de la pandemia de Covid-19 por esas latitudes. No obstante, sus críticos señalan que tal pronunciamiento es tan solo un distractor para intentar apagar el descontento con la forma como se manejó la pandemia en ese país.

Nuestra nación, con una industria energética de raíces muy profundas en tecnologías que poco a poco se van superando y dejando de lado en otros puntos del planeta, tardará en darse cuenta que la necesidad de cambio en materia de producción de energía ya ha comenzado a pasar la factura con un alto costo no solo económico, sino también climático y social.